domingo, 21 de enero de 2007

La luna rodando. JOP.


Desde su llegada a Buenos Aires, subsistía dentro de él la sensación de que las tardes de los sábados poseían una rara mezcla de alegría y tristeza. Salía del taller de imprenta y sin distraerse iba al hotel, se bañaba y salía a caminar por la avenida Corrientes.
Entre las 16 y las 17, la avenida se teñía de una sórdida pereza que lo envolvía todo, incluido a él.
Los turistas animosos y los porteños gastados se dispensaban las aceras y Fernando se sentía conminado a recordar su pueblito en el norte.
Alguna vez se habría consentido prodigarse que el sentimiento que lo acompañaba tenía atavíos de nostalgia, pero en realidad, debía ser franco y reconocer que la filiación no era el centro de aquella disposición. Su familia estaba mejor donde estaba, ya que aquellas obligadas reuniones familiares de sábados y domingos servían, nada más, que para aumentar el desprecio que sentía por su padre y sus hermanos. Conocía muy bien aquel ritual: el almuerzo, una larguísima sobremesa, una mateada interminable y los preparativos para le cena. Todo, sin solución de continuidad e imbuido del tufo de las insípidos comentarios que nadie se cuidaba en emitir.
Por eso, no tenía muy claro el sentimiento que lo acompañaba por aquellos paseos, y en realidad tanto la tristeza como la alegría del que se sentía señor absoluto, convivían unidos dentro de la expresa sinceridad de la distancia necesaria y el encuentro con la soledad, que era como encontrarse consigo mismo.
Aquella tarde no tenía planes precisos. Solo se disponía a racionar el dinero del que disponía; para hacer mérito de sinceridad, poco.
Entró a un par de librerías y revolvió todo lo que pudo. Algunos libros los vio, otros los miró, otros tantos pasaron por sus manos sin siquiera palparlos.
Jamás hubiera reparado en una revista de historieta si no hubiera continuado el camino de las manos que la sostenían y tropezar con los ojos que la admiraban.
Ella dejó la pieza sobre el estante y salió a la calle bañada del vaho habitual del estío en Buenos Aires, y se dirigió hacia la avenida Callao, vacía desde hace mucho de aquellas lunas que andaban rodando. Él soltó lo que tenía en las manos y salió decidido tras ella. Como quien persigue al destino, sus pasos sincronizaron los de ella, y así caminaron hasta la esquina de Riobamba.
Ella parecía haber advertido al muchacho que, urgido por quien sabe qué ancestral metabolismo masculino, salió tras sus pasos.
En aquella esquina estuvo a un abrazo de distancia, y fue en ese interminable instante en que tuvo todo el universo para cuestionarse. “¿Qué le digo?”, se martilló. Para cuando había comenzado a balbucear algo, ella lo miraba a los ojos.
Intercambiaron discursos protocolares y miradas intencionadas. Ella avanzó más rápido que él. Después de sonrisas cómplices y un abrazo dirigido que ella le prodigó, quedaron en verse en su casa para compartir el consabido café.
Fernando propuso ir por unas cervezas al maxikiosko de la esquina y ella le dio la dirección de la casa donde lo estaría esperando.
El encuentro siempre desabrido con alguna sorpresa tiene vértices desopilantes y a la vez calamitosos, que entrama la circunstancia inesperada con el amor por nosotros mismos; muchas veces escaso.
Fernando experimentó ese vórtice de experiencia en el momento en que, dispuesto a pagar por sus cervezas, descubrió que su billetera ya no estaba en el bolsillo. En ese preciso momento descubrió que aquella dirección, de seguro no existía.
Sin darse tiempo para reproches, enfiló en dirección hacia el hotel. Caminó con el paso aletargado como el que se produce en los sueños cuando se quiere escapar del encuentro ominoso.
Se deslizó hasta su habitación sin saludar a nadie y cerró la puerta con el ímpetu acabado.
Se maldijo y maldijo su suerte, una y mil veces, cuando encontró sobre la cama la billetera de cuerina negra.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente producción matizada de odios, amores, perfumes del campo y la ciudad. "La familia unitta", recordando esa hipocresía del ayer:"..no hay nada más lindo que la flia unida..." No era el caso. Pero apareció el abrazo. Un abrazo envolvente. Abrazo de tango, milonga, de enamorados.....,la luna, ¿rodando por Callao?....y la decepción.
Que te abrace el viento, es más seguro, diría yo...
FELICITACIONES. Cada día sos una sorpresa inesperada expresada poéticamente.
S.R.

Anónimo dijo...

Igual esa idea me suena haberla leído en un cuento bastante mejor logrado...De todas maneras, perro, aquí me hago presente en tus delirius tremens...¿Me pintás un autoretrato?

Andy

JoP dijo...

Corresponde destacar que una variación siempre es posible. Y lo de mejor logrado... mmmmmm habría que ver.
Es bueno sentirse acompañado en un delirio. Lo hace compartido.
El costo del retrato -que es lo más que puedo ofrecerte, porque lo de "auto" correría por tu cuenta- podemos conversarlo.

Anónimo dijo...

Me gusto mucho el texto, tiene mucha descripcion valiosa y es inevitable no pensar en Buenos Aires cuando se lo lee..
Felicitaciones...
ALE