jueves, 15 de febrero de 2007

...JOP

"¡Señor, mandame a los que me compren, no sólo a los que miran!".
Murmuró el ruego a quien en esos momentos siempre parece estar en otro lado porque nunca ofrece respuestas, mientras acomodaba con afecto las baratijas que ofrecía en un cajoncito cuidado, frente a la indiferencia de todos.
Aunque en verdad, sostener esta última afirmación, sería faltar a la verdad, porque al menos alguien que pasó por ahí, escuchó la suplica y no estaba en ninguna dimensión divina.
Y con esa plegaria, en ese recogimiento involuntario, quien pudo escuchar, pudo ser tocado, o mejor, acariciado, por ese otro humano que estaba allí, tal vez mucho más sufriente que él, y recibió una bendición. Esa bendición, que de un modo indescriptible ofrece cierta forma de absolución aquí y para siempre.



 

1 comentario:

Anónimo dijo...

El placer es momentáneo, temporal, un pasatiempo; la dicha no es temporal, carece de tiempo. El placer comienza y termina; la dicha permanece para siempre. El placer llega y se va; la dicha no llega nunca ni se va nunca; ya está en lo más profundo de tu ser. El placer se tiene que arrebatar al otro; te conviertes, bien en un mendigo o en un ladrón. La dicha te convierte en un maestro. La dicha no es algo que te inventas, sino algo que descubres. La dicha es tu naturaleza más profunda. Ha estado allí desde el mismo comienzo, sólo que tú no la has visto, no la has apreciado. Tú no miras hacia dentro. Allí está la única miseria del hombre: él sigue mirando hacia fuera, busca e investiga. Y no puedes encontrarlo afuera porque no está allí". OSHO.-