martes, 26 de diciembre de 2006

Seda. Alessandro Baricco.



Tres años después, en el invierno de 1874, Hélène se enfermó de una fiebre cerebral que ningún médico pudo explicar ni curar. Murió a principios de marzo, un día que llovía.
Para acompañarla, por la alameda del cementerio, vino toda Lavilledieu: porque era una mujer alegre, que no había diseminado dolor.
Hervé Joncour hizo esculpir sobre su tumba una sola palabra.
Hélas.
Le dió gracias a todos, dijo mil veces que no necesitaba nada y regresó a su casa. Nunca le había parecido tan grande: y nunca tan ilógico su destino.
Como la desesperación era un exceso que no le pertenecía, se inclinó sobre cuanto había quedado de su vida y volvió a preocuparse por todo con la indestructible tenacidad de un jardinero en el trabajo, la mañana después de la tormenta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Como la desesperación era un exceso que no le pertenecía, se inclinó sobre cuanto había quedado de su vida y volvió a preocuparse por todo con la indestructible tenacidad de un jardinero en el trabajo, la mañana después de la tormenta"
Este final es IMPACTANTE!!!!
Un texto corto que en pocas palabras me dejó congelada, sin reacción por unos segundos.
Muy buena elección!!!!
Felicitaciones