Su sonrisa lo abarcaba todo y la iluminaba con un brillo que ya no recordaba. Intentó retenerlo en ese instante en que la miraba con sorpresa y ternura. La sorpresa y la ternura que él descubrió aquella tarde porque supo que la había encontrado después de tanto tiempo; de tanta espera.
Ella permaneció frente a él con una emoción plena que le anudaba el estómago y, a la vez, le generaba mucho temor. Ese miedo que la atravesaba al pensar que posiblemente mañana él ya no estuviera en su vida otra vez. Que aquella sonrisa que la abrigaba aquella tarde desapareciera de la faz de la tierra para no volver nunca.
Ella no sabía si estar feliz o ponerse a llorar como una niña frágil. No pudo borrarse aquella mirada ansiosa, plena y feliz que le regaló él toda aquella tarde. Fue su refugio cuando la pérdida jubilosa danzaba frente a ella, provocadora y voraz.
Cuando salieron a caminar por la calle después de haber charlado en un bar cualquiera, él la tomó de la mano y le contó millones de pequeñas anécdotas y la invitó a que ella le narrara las suyas. Nunca pensó en decirle a un hombre, que apenas conocía, todo lo que surgió de sus labios aquella tarde de sol. No podía dejar de mirarlo a los ojos. Esos ojos verdes profundos que la acunaban y la llenaban de sentido en esta inmensidad de la existencia vacía y sin rumbo.
Él continuaba hablándole y ella no podía dejar de ser presa, cada vez, del sortilegio de ese encuentro impensado con aquel hombre que la tomó de la mano para pasear por todos lados y por ninguno.
Él pensó en invitarla a cenar al día siguiente. No sabía que excusa inventar para retenerla a su lado para siempre. Qué anticipado proyecto proponerle para que ella comprendiera lo que estaba dispuesto a emprender desde ese momento infinito que los unía.
Miró a través de su mirada cristalina y supo que ella era para él; que había nacido aquel día la mujer que nunca pensó encontrar en el mundo. Que los interminables días de desasosiego y frustración dejaban de existir aquella tarde plena de sol de primavera, por la alquimia fabulosa de aquella cabellera traslucida al viento de la tarde, cargado del aroma que los tilos le regalaron al comprender el embrujo.
“Mi príncipe”, se murmuró ella, “estoy aquí”. “Estoy al fin en casa”, se susurró él.
Ella permaneció frente a él con una emoción plena que le anudaba el estómago y, a la vez, le generaba mucho temor. Ese miedo que la atravesaba al pensar que posiblemente mañana él ya no estuviera en su vida otra vez. Que aquella sonrisa que la abrigaba aquella tarde desapareciera de la faz de la tierra para no volver nunca.
Ella no sabía si estar feliz o ponerse a llorar como una niña frágil. No pudo borrarse aquella mirada ansiosa, plena y feliz que le regaló él toda aquella tarde. Fue su refugio cuando la pérdida jubilosa danzaba frente a ella, provocadora y voraz.
Cuando salieron a caminar por la calle después de haber charlado en un bar cualquiera, él la tomó de la mano y le contó millones de pequeñas anécdotas y la invitó a que ella le narrara las suyas. Nunca pensó en decirle a un hombre, que apenas conocía, todo lo que surgió de sus labios aquella tarde de sol. No podía dejar de mirarlo a los ojos. Esos ojos verdes profundos que la acunaban y la llenaban de sentido en esta inmensidad de la existencia vacía y sin rumbo.
Él continuaba hablándole y ella no podía dejar de ser presa, cada vez, del sortilegio de ese encuentro impensado con aquel hombre que la tomó de la mano para pasear por todos lados y por ninguno.
Él pensó en invitarla a cenar al día siguiente. No sabía que excusa inventar para retenerla a su lado para siempre. Qué anticipado proyecto proponerle para que ella comprendiera lo que estaba dispuesto a emprender desde ese momento infinito que los unía.
Miró a través de su mirada cristalina y supo que ella era para él; que había nacido aquel día la mujer que nunca pensó encontrar en el mundo. Que los interminables días de desasosiego y frustración dejaban de existir aquella tarde plena de sol de primavera, por la alquimia fabulosa de aquella cabellera traslucida al viento de la tarde, cargado del aroma que los tilos le regalaron al comprender el embrujo.
“Mi príncipe”, se murmuró ella, “estoy aquí”. “Estoy al fin en casa”, se susurró él.
1 comentario:
¿Qué puedo agregar como comentario a un texto tan prolijo, tan elocuentemente graficado?????
Viene a mi mente esta frase: "El presente es el instante en el cual el futuro se derrumba en el pasado".- BROWING
FELIZ 2007!!!!...y augurios para que siga creciendo con tanta excelencia este BLOG.
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