viernes, 29 de diciembre de 2006

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera.


Teresa acaricia constantemente la cabeza de Karenin, que descansa tranquilamente sobre sus rodillas. Para sus adentros dice aproximadamente esto: No tiene ningún mérito portarse bien con otra persona. Teresa tiene que ser amable con los demás aldeanos porque de otro modo no podría vivir en la aldea. Y hasta con Tomás tiene que comportarse amorosamente, porque a Tomás lo necesita. Nunca seremos capaces de establecer con seguridad en qué medida nuestras relaciones con los demás son producto de nuestros sentimientos, de nuestro amor, de nuestro desamor, bondad o maldad, y hasta qué punto son el resultado de la relación de fuerzas existente entre ellos y nosotros.
La verdadera bondad del hombre sólo puede manifestarse con absoluta limpieza y libertad en relación con quien no representa fuerza alguna. La verdadera prueba de la moralidad de la humanidad, la más honda (situada a tal profundidad que escapa a nuestra percepción), radica en su relación con aquellos que están a su merced: los animales. Y aquí fue donde se produjo la debacle fundamental del hombre, tan fundamental que de ella se derivan todas las demás.
Una ternera se acercó a Teresa, se detuvo y la miró largamente con sus grandes ojos castaños. Teresa la conocía. La llamaba Marqueta. Le hubiera gustado ponerle nombre a todas las terneras, pero no podía. Eran demasiadas. Antes, y seguro que hasta hace cuarenta años, todas las vacas de este pueblo tenían nombre. (Y dado que el nombre es el signo del alma, puedo afirmar que la tenían, a pesar de Descartes.) Pero luego se hizo cargo del pueblo una gran fábrica corporativa y las vacas pasaron a llevar su vida en dos metros cuadrados, en el establo. Desde entonces no tienen nombres y se han vuelto "machinae animatae". El mundo le ha dado la razón a Descartes.
Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tocón, acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.
Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo.
Y ése es el Nietzsche al que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad, "ama y propietaria de la naturaleza", marcha hacia adelante.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué texto tan impecable tan bello!!! Confieso que no lo había leído antes....ahora me dieron ganas de leerlo todo.
Felicitaciones por la elección, para incorporarlo a este espacio de vida, de esperanza, de aceptación y crecimiento.

Sopa de Jazmin dijo...

A veces yo tambien me pregunto donde reside la moralidad del hombre. Que es amor, que desamor, y que necesidad de llenar espacios vacíos.
La satisfacción del instinto?
La protección?
Dar afecto por el solo hecho de compartir...

JoP dijo...

El instinto es esencialmente amoral. Se regula por las leyes inexorables de la naturaleza y sus ciclos. Esa circularidad que Nietzsche reconstruyó en un más allá de la filosofía positivista.
Pero precisamente porque la animalidad institiva del hombre esta perdida, en su lugar, se constituyó un subterfugio construido socialmente, y es que se necesitó de una moral y una ética para que las conductas, de ese modo irreguladas, tuvieran una regulación, a mi gusto artificial, pero esencial y específicamente humana.
De ahí que tanto papel se halla gastado en intentar plantear y responder interrogantes sobre la cuestión.
Nietzsche -que se llamaba a sí mismo: "el inmoralista"-, quizás haya encontrado una respuesta posible en su obra.