- ¿Estas seguro?
- Segurísimo-, respondió él con absoluta confianza.
-Entonces para qué voy a decirle a Darío cualquier otra cosa si tanto él como vos están convencidos de que dará resultado.
-Tengo la impresión de que si alguna duda puede presentarse, esa va a ser tuya exclusivamente-, insistió él.
-Darío mencionó, aunque sin decirlo con todas las letras, que el problema reside en que ni Mario ni yo terminamos de valorar en su justa dimensión lo que tenemos entre manos-, expresó ella con un tono resignado.
-Habrá que empezar a creérselo entonces- dijo él con firmeza.
-Es muy sencillo enunciarlo en esos términos. Ponerlo en palabras bonitas y rutilantes. Ahora, de ahí a poder asimilarlo, internalizarlo, hay una distancia. Insistió ella en su resignación.
-Cuando me separé de mi mujer, hace como diez años de esto, tuve la sensación de que no podría sobreponerme nunca. Me impresionaba lo difícil que me resultaría organizar mis tiempos, mis rutinas diarias. Sentía que no iba a poder disfrutar de las cosas que solía disfrutar con ella. Y ya lo ves, pasaron diez años y todo siguió funcionando. El mundo no tuvo el honor de detenerse por mí. Tampoco me obsequió nada.
-Todo muy lindo, pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?- lo increpó ella.
-Que si no hay una actitud íntima, un convencimiento propio no va a abrirse ninguna puerta. Lo que quiero decir, es que esa “internalización” de la que hablás, no se produce si no hay una acción concreta de tu parte- reflexionó él.
-Pero cómo se hace para no sentir que cada cosa que te proponés queda detenida sin llegar al destino deseado.
-Insistiendo, una y otra vez- replicó él.
-¡Muy lindo! Seguimos con las frases bien hechas. Me suena a palabra vacía- dijo ella con cierto fastidio en el tono de su voz.
-Tenés razón. Sucede que estoy intentando transmitirte una idea más en su plano afectivo que en su dimensión intelectual, ese es el problema.
-Te agradezco de todas maneras, porque de algún modo intuyo lo que me querés decir. Pero también entendé que no es fácil para mí- dijo ella contemporizante.
Se despidieron y cada uno se marchó a su casa. En la mesa del bar quedaron además de las tazas del café que habían compartido, el sabor del desencuentro y los deseos imposibles.
Nora miró hacia atrás antes de subir al colectivo y vio a Diego parado en la esquina esperando la señal del semáforo. Pensó en ese momento si poseer la capacidad para sostener esa actitud fría y controlada tenía que ver con la madurez. Aunque comenzaba a creer que madurar estaba relacionado con el empezar a pudrirse.
Cuando el semáforo lo permitió, Diego comenzó su marcha decidida sin permitirse mirar hacia atrás. Mientras cruzaba la plaza en dirección al sur, pensó en sus hijas y en su ex mujer. En sus amigos de la infancia, en sus padres que siempre exigieron lo mejor de él y finalmente pensó en él. Hizo el esfuerzo de pensar en él y por él, porque no estaba muy acostumbrado a percibirse a sí mismo como una entidad llena de anhelos.
Mientras cruzaba la esquina, el colectivo dio un rápido giro para evitar atropellar a un muchacho que empujaba un carro cargado de cartones y botellas vacías de plástico. Sentada frente a la ventanilla, Nora sintió tristeza de todo. Apoyó la frente en el cristal frío y cerró los ojos mientras dejó escapar a su imaginación exacerbada. Entonces lo pudo ver de cerca y en su máxima intimidad. Primero olió sus manos y deslizó la boca a lo largo de uno de sus brazos y se detuvo en el cuello palpitante y firme, apenas perfumado con su colonia preferida. Lamió sus mejillas y besó la frente rígida. También besó sus ojos cerrados y respiró las exhalaciones ardientes que brotaban de su nariz. Al fin coronó el trayecto con un prolongado beso en los labios húmedos.
La tarde ya dejaba paso a la tibia oscuridad de la noche cuando Diego compró un paquete de pochoclo y se tendió en el césped debajo de un pino joven.
Cada copo de maíz lo invitaba a degustar sabores nuevos. No era el dulzor almidonado sino el anhelo que brotaba de su boca lo que trastocaba cada vez, el sabor de la golosina. Al fin estuvo frente a frente con la imagen gustativa de aquel ser venerado. Y pudo permitirse palpar la textura de su piel y recorrer los contornos prohibidos de su cuerpo. Cada nueva porción de pochoclo definía con mayor precisión un mechón de cabello, la curvatura de las cejas, la longitud de los dedos o la rectitud de los labios.
Fue entonces cuando decidió avanzar y rechazar otra nueva claudicación. En contra de todo designio, haría finalmente lo que siempre había querido hacer.
Nora descendió del colectivo en la esquina de su casa y fue primero hasta el almacén a comprar los alimentos para la cena. La alegría que brotaba de su figura llamó la atención de todo el barrio y la tristeza que la había dominado hasta hacía un rato se disipó en la imagen mental de aquel beso.
Se apuró todo lo que pudo para entrar en su casa y corrió hasta el teléfono.
- Hola, ¿Diego?- preguntó inquieta. –Me gustaría hablar con vos mañana, tengo algo importante que decirte, ¿nos encontramos en el bar de siempre?
- Me encantaría-, dijo él. -Yo también tengo que contarte algo.
- Bueno, dale, nos vemos ahí a las cinco.
A las cinco en punto los dos entraron al bar por puertas diferentes. Ella por la que daba a Callao y él por la que estaba sobre Rivadavia.
-Hola, ¿cómo estas?- preguntó él con una enorme sonrisa.
-Ahora mejor que nunca- dijo ella exultante. –Se te ve muy contento.
-Vení, sentate y hablemos- invitó él.
-Yo voy a tomar un café americano con un poquito de leche fría- pidió ella.
-Contame, que es eso que estas tan ansiosa de decirme. Anoche se te notaba agitadísima. Me extrañó, porque hacía un rato que habíamos estado juntos. Primero, sospeché que sucedía algo malo, pero tu tono de voz no era el de una mala noticia.
-No, no pasó nada malo, todo lo contrario. A veces una espera mucho tiempo para decir algo que tiene guardado y ayer mientras iba para mi casa me di cuenta que ya no aguanto más, tengo que decirlo- dijo ella con ansiedad. –Pero hagamos algo, primero contame vos lo que me querés contar y después hablamos de mí. En realidad, voy a ser franca, quiero hablar de nosotros.
-Bueno… ¡cuánto misterio!- dijo Diego con curiosidad. –De ayer a hoy hubo un cambio muy grande en tu estado de ánimo. Me alegra. Estás radiante. Desde que me viste llegar tenés una sonrisa interminable. ¿Qué pasó en ese colectivo ayer?
-Me gusta poder estar hoy acá con vos. Las horas desde que corté el teléfono hasta este momento no pasaban nunca. Estuve a punto de llamarte para decirte si podíamos encontrarnos al mediodía para almorzar, pero preferí esperar. Ahora tenemos más tiempo.
-Bueno, contame, ¿qué es eso que te pone tan feliz?- inquirió él con creciente intriga.
-Hace muchos años que nos conocemos y hemos compartido muchas cosas, nos conocemos tanto….- dijo ella pensativa. –Pero bueno, nada. Hablá, dale, decime lo que querías decirme.
-Estoy enamorado, disparó él.
Nora se puso rígida.
- Después de tanto tiempo estoy enamorado. Creo que estoy realmente enamorado- dijo él atropellando las palabras. –Nunca sentí esto antes. No se si sentiste alguna vez ese impulso que te urge por salir corriendo a ningún lado. O un temblor inexplicable en las piernas cuando estas frente a esa persona. O esa alegría que brota de todas las cosas que sólo un tiempo atrás te resultaban indiferentes o tediosas. Como si vieras con ojos nuevos el mismo escenario- siguió él ansioso.
- Bueno- dijo Nora intentando disimular su estupor, - ¿Quién es esa mujer que te tiene así?
- No es una mujer, Nora- dijo él pensando cada palabra que pronunciaba.
Nora intentó decir algo, pero se sintió estúpida.
-Estoy enamorado de Luciano. Un compañero de trabajo. Hace un año lo trasladaron a mi sector y nos encomendaron un trabajo para organizar la promoción de un nuevo producto que saldría a la venta. A los dos meses de estar trabajando comencé a darme cuenta que este tipo me caía muy bien, pero no era eso exactamente lo que sentía. Estuve dándole vueltas y vueltas al asunto. Hasta que él tomó la iniciativa me lo confesó todo y me dijo que quería intentar algo conmigo -siguió Diego en su monólogo. -Imaginate las cosas que pasaron por mi cabeza desde entonces. Pero no quiero abandonar este sentimiento. Es lo único que me orienta en este instante. Y me alegra poder compartirlo con vos. Hace mucho que tengo ganas de contártelo, pero no me animaba, sin duda porque yo tampoco estaba seguro- continuó él.
Del otro lado de la mesa, sobre el café americano con un poco de leche fría, Nora se limitó a llorar.
- Segurísimo-, respondió él con absoluta confianza.
-Entonces para qué voy a decirle a Darío cualquier otra cosa si tanto él como vos están convencidos de que dará resultado.
-Tengo la impresión de que si alguna duda puede presentarse, esa va a ser tuya exclusivamente-, insistió él.
-Darío mencionó, aunque sin decirlo con todas las letras, que el problema reside en que ni Mario ni yo terminamos de valorar en su justa dimensión lo que tenemos entre manos-, expresó ella con un tono resignado.
-Habrá que empezar a creérselo entonces- dijo él con firmeza.
-Es muy sencillo enunciarlo en esos términos. Ponerlo en palabras bonitas y rutilantes. Ahora, de ahí a poder asimilarlo, internalizarlo, hay una distancia. Insistió ella en su resignación.
-Cuando me separé de mi mujer, hace como diez años de esto, tuve la sensación de que no podría sobreponerme nunca. Me impresionaba lo difícil que me resultaría organizar mis tiempos, mis rutinas diarias. Sentía que no iba a poder disfrutar de las cosas que solía disfrutar con ella. Y ya lo ves, pasaron diez años y todo siguió funcionando. El mundo no tuvo el honor de detenerse por mí. Tampoco me obsequió nada.
-Todo muy lindo, pero ¿qué tiene que ver eso conmigo?- lo increpó ella.
-Que si no hay una actitud íntima, un convencimiento propio no va a abrirse ninguna puerta. Lo que quiero decir, es que esa “internalización” de la que hablás, no se produce si no hay una acción concreta de tu parte- reflexionó él.
-Pero cómo se hace para no sentir que cada cosa que te proponés queda detenida sin llegar al destino deseado.
-Insistiendo, una y otra vez- replicó él.
-¡Muy lindo! Seguimos con las frases bien hechas. Me suena a palabra vacía- dijo ella con cierto fastidio en el tono de su voz.
-Tenés razón. Sucede que estoy intentando transmitirte una idea más en su plano afectivo que en su dimensión intelectual, ese es el problema.
-Te agradezco de todas maneras, porque de algún modo intuyo lo que me querés decir. Pero también entendé que no es fácil para mí- dijo ella contemporizante.
Se despidieron y cada uno se marchó a su casa. En la mesa del bar quedaron además de las tazas del café que habían compartido, el sabor del desencuentro y los deseos imposibles.
Nora miró hacia atrás antes de subir al colectivo y vio a Diego parado en la esquina esperando la señal del semáforo. Pensó en ese momento si poseer la capacidad para sostener esa actitud fría y controlada tenía que ver con la madurez. Aunque comenzaba a creer que madurar estaba relacionado con el empezar a pudrirse.
Cuando el semáforo lo permitió, Diego comenzó su marcha decidida sin permitirse mirar hacia atrás. Mientras cruzaba la plaza en dirección al sur, pensó en sus hijas y en su ex mujer. En sus amigos de la infancia, en sus padres que siempre exigieron lo mejor de él y finalmente pensó en él. Hizo el esfuerzo de pensar en él y por él, porque no estaba muy acostumbrado a percibirse a sí mismo como una entidad llena de anhelos.
Mientras cruzaba la esquina, el colectivo dio un rápido giro para evitar atropellar a un muchacho que empujaba un carro cargado de cartones y botellas vacías de plástico. Sentada frente a la ventanilla, Nora sintió tristeza de todo. Apoyó la frente en el cristal frío y cerró los ojos mientras dejó escapar a su imaginación exacerbada. Entonces lo pudo ver de cerca y en su máxima intimidad. Primero olió sus manos y deslizó la boca a lo largo de uno de sus brazos y se detuvo en el cuello palpitante y firme, apenas perfumado con su colonia preferida. Lamió sus mejillas y besó la frente rígida. También besó sus ojos cerrados y respiró las exhalaciones ardientes que brotaban de su nariz. Al fin coronó el trayecto con un prolongado beso en los labios húmedos.
La tarde ya dejaba paso a la tibia oscuridad de la noche cuando Diego compró un paquete de pochoclo y se tendió en el césped debajo de un pino joven.
Cada copo de maíz lo invitaba a degustar sabores nuevos. No era el dulzor almidonado sino el anhelo que brotaba de su boca lo que trastocaba cada vez, el sabor de la golosina. Al fin estuvo frente a frente con la imagen gustativa de aquel ser venerado. Y pudo permitirse palpar la textura de su piel y recorrer los contornos prohibidos de su cuerpo. Cada nueva porción de pochoclo definía con mayor precisión un mechón de cabello, la curvatura de las cejas, la longitud de los dedos o la rectitud de los labios.
Fue entonces cuando decidió avanzar y rechazar otra nueva claudicación. En contra de todo designio, haría finalmente lo que siempre había querido hacer.
Nora descendió del colectivo en la esquina de su casa y fue primero hasta el almacén a comprar los alimentos para la cena. La alegría que brotaba de su figura llamó la atención de todo el barrio y la tristeza que la había dominado hasta hacía un rato se disipó en la imagen mental de aquel beso.
Se apuró todo lo que pudo para entrar en su casa y corrió hasta el teléfono.
- Hola, ¿Diego?- preguntó inquieta. –Me gustaría hablar con vos mañana, tengo algo importante que decirte, ¿nos encontramos en el bar de siempre?
- Me encantaría-, dijo él. -Yo también tengo que contarte algo.
- Bueno, dale, nos vemos ahí a las cinco.
A las cinco en punto los dos entraron al bar por puertas diferentes. Ella por la que daba a Callao y él por la que estaba sobre Rivadavia.
-Hola, ¿cómo estas?- preguntó él con una enorme sonrisa.
-Ahora mejor que nunca- dijo ella exultante. –Se te ve muy contento.
-Vení, sentate y hablemos- invitó él.
-Yo voy a tomar un café americano con un poquito de leche fría- pidió ella.
-Contame, que es eso que estas tan ansiosa de decirme. Anoche se te notaba agitadísima. Me extrañó, porque hacía un rato que habíamos estado juntos. Primero, sospeché que sucedía algo malo, pero tu tono de voz no era el de una mala noticia.
-No, no pasó nada malo, todo lo contrario. A veces una espera mucho tiempo para decir algo que tiene guardado y ayer mientras iba para mi casa me di cuenta que ya no aguanto más, tengo que decirlo- dijo ella con ansiedad. –Pero hagamos algo, primero contame vos lo que me querés contar y después hablamos de mí. En realidad, voy a ser franca, quiero hablar de nosotros.
-Bueno… ¡cuánto misterio!- dijo Diego con curiosidad. –De ayer a hoy hubo un cambio muy grande en tu estado de ánimo. Me alegra. Estás radiante. Desde que me viste llegar tenés una sonrisa interminable. ¿Qué pasó en ese colectivo ayer?
-Me gusta poder estar hoy acá con vos. Las horas desde que corté el teléfono hasta este momento no pasaban nunca. Estuve a punto de llamarte para decirte si podíamos encontrarnos al mediodía para almorzar, pero preferí esperar. Ahora tenemos más tiempo.
-Bueno, contame, ¿qué es eso que te pone tan feliz?- inquirió él con creciente intriga.
-Hace muchos años que nos conocemos y hemos compartido muchas cosas, nos conocemos tanto….- dijo ella pensativa. –Pero bueno, nada. Hablá, dale, decime lo que querías decirme.
-Estoy enamorado, disparó él.
Nora se puso rígida.
- Después de tanto tiempo estoy enamorado. Creo que estoy realmente enamorado- dijo él atropellando las palabras. –Nunca sentí esto antes. No se si sentiste alguna vez ese impulso que te urge por salir corriendo a ningún lado. O un temblor inexplicable en las piernas cuando estas frente a esa persona. O esa alegría que brota de todas las cosas que sólo un tiempo atrás te resultaban indiferentes o tediosas. Como si vieras con ojos nuevos el mismo escenario- siguió él ansioso.
- Bueno- dijo Nora intentando disimular su estupor, - ¿Quién es esa mujer que te tiene así?
- No es una mujer, Nora- dijo él pensando cada palabra que pronunciaba.
Nora intentó decir algo, pero se sintió estúpida.
-Estoy enamorado de Luciano. Un compañero de trabajo. Hace un año lo trasladaron a mi sector y nos encomendaron un trabajo para organizar la promoción de un nuevo producto que saldría a la venta. A los dos meses de estar trabajando comencé a darme cuenta que este tipo me caía muy bien, pero no era eso exactamente lo que sentía. Estuve dándole vueltas y vueltas al asunto. Hasta que él tomó la iniciativa me lo confesó todo y me dijo que quería intentar algo conmigo -siguió Diego en su monólogo. -Imaginate las cosas que pasaron por mi cabeza desde entonces. Pero no quiero abandonar este sentimiento. Es lo único que me orienta en este instante. Y me alegra poder compartirlo con vos. Hace mucho que tengo ganas de contártelo, pero no me animaba, sin duda porque yo tampoco estaba seguro- continuó él.
Del otro lado de la mesa, sobre el café americano con un poco de leche fría, Nora se limitó a llorar.
1 comentario:
IMPECABLE!!!! Besos. y MUCHAS FELICIDADES!!!!
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