miércoles, 7 de octubre de 2009

Sin-sentido



La realidad cobra características particulares en aquellos momentos en que se desencadenan acontecimientos inesperados y dolorosos. Casi podría decirse que el cúmulo de acontecimientos sucesivos e inmediatos que nos rodean se transforma en algo irreal, casi imposible de aprehender. Inmersos en el pesar, todo lo que acontece simultáneamente ante nosotros -la vida no es otra cosa que ese montón de cosas que suceden al mismo tiempo- se constituyen en algo carente de valor y de significación. Todo se vuelve insoportablemente banal. 
Isabel y Alberto estaban atrapados en ese universo individual de sensaciones displacenteras que los había atropellado dejando sus almas tendidas en el suelo de lo cotidiano sin más relieve que el de la preocupación y el pesar.
Ella, enterrada en un mundo donde las emociones habían sido arrasadas; él, preocupado únicamente en los derroteros que transitaba Isabel. Cualquier otra circunstancia estaba tan alejada de su cenit como aquellos barcos que han desaparecido a la vista inmediata en el horizonte pero cuya existencia no puede negarse, aunque en ese momento sus posibles derroteros dejen de tener la pregnancia que había capturado previamente nuestra atención.
En términos generales, podría decirse que ambos estaban atrapados en una espiral descendente que, poco a poco, absorbía sus endebles realidades reduciendo más y más cualquier hecho significativo.
Alberto e Isabel, dos organismos alguna vez constituidos en personas, inmersos en una monumental articulación de pequeños y muchas veces increíbles sucesos, cuya configuración momentánea integraba el drama cotidiano en el que estaban sumergidos.
Esa realidad que compartían y que sus voluntades e infinita acumulación de decisiones -aún las involuntarias- había conformado, suspendida en el efímero tejido del tiempo; todas esas vicisitudes que se enlazan para otorgar un sentido allí donde el paréntesis de la vida se dispara en medio del universo inerte, había perdido su primitivo significado.
Es que la pausa expansiva de la vida como fenómeno extraordinariamente enigmático por su fugacidad y su profundo misterio, parece surgir en medio de un Cosmos repetitivo, invital y elástico.
De ese modo sucede que, de pronto, algo estalla, y la onda expansiva de los procesos puja por configurar infinitas organizaciones cada vez más complejas de hechos. Así, impulsada por una descomunal voracidad, la vida (o una vida, no importa cual, cualquiera da lo mismo) coacciona el entorno con el solo objetivo de perpetuarse ilusoriamente. Puesto que ese vértigo imprevisible y ordenado, llega ordinariamente a una cúspide que, como si la gravedad operara allí su más bestial poder, incita a la precipitación de un declive en constante aumento para alcanzar una meta absoluta, perdida desde el comienzo y ominosa en el reencuentro final: el estado inanimado desde donde partió.
En el contexto e itinerario del proceso vital, que Isabel estuviera postrada en una cama, sin ninguna motivación profundamente humana, carecía de importancia. Ese organismo había cumplido con la evidente legalidad de perpetuar ese voraz proceso expansivo vital y evitar su desaparición. Isabel carecía de relevancia para el inabarcable proceso; como si lo que importara como esencialmente central, fuera el desarrollo mismo; que el proceso de la vida no se detuviera, sin tener la más mínima trascendencia los individuos involucrados -cualquiera fuese su complejidad-; ellos sólo constituyen eslabones de una febril cadena que pugna por imponerse entre lo inanimado. Una actividad que se dispara y que pone en evidencia que es ella misma la que persiste y nos sus componentes individuales en constante crecimiento, transformación y desecho.


JoP

2 comentarios:

Cloe dijo...

Me resultan extremadamente tristes esas vidas. Quiero otra cosa para mi existencia.

Abrazo

Angeles dijo...

Me pusiste triste, o tal vez sea este otoño…….

Sin Sentido

Hay días
en que salgo a buscarme
y no me encuentro
por ningún lado.
Si acaso logro verme
en alguna fuente clara
o detrás de la fachada
de un escaparate
resulta que es otro
el que me está mirando
como un reflejo.
Es cuando me doy cuenta
de que no me necesito ya.
Cuando las cosas
dejan de tener sentido.
Enrique Jaramillo Levy

Un beso (Este si, con mucho sentido)