jueves, 19 de agosto de 2010

La era del vacío

“…la soledad se ha convertido en un hecho, en una banalidad al igual que los gestos cotidianos. Las conciencias ya no se definen por el desgarramiento recíproco; el reconocimiento, el sentimiento de incomunicabilidad, el conflicto han dejado paso a la apatía y la propia intersubjetividad se encuentra abandonada. Después de la deserción social de los valores e instituciones, la relación con el Otro es la que sucumbe, según la misma lógica, al proceso de desencanto. El Yo ya no vive en un infierno poblado de egos rivales o despreciados, lo relacional se borra sin gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de neutralidad asfixiantes. La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto, la extrañeza absoluta ante el otro”… “Así llegamos al final del desierto; previamente atomizado y separado, cada uno se hace agente activo del desierto, lo extiende y lo surca, incapaz de “vivir” el Otro. No contento con producir el aislamiento, el sistema engendra su deseo, deseo imposible que una vez conseguido, resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente, no se soporta a sí mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no tiene ni principio ni fin.” 
                         
Guilles Lipovetsky                                            

domingo, 15 de agosto de 2010

Horizontes

Porque cuando algo parece concluir, no hace más que prepararse para un nuevo comienzo...

sábado, 7 de agosto de 2010

Raconto sin reproches... JoP


Cuando aquella mañana se ocultó con el sólo propósito de evitar el escarnio habitual, tuvo la sensación de pertenencia que había estado buscando. Aquello no era producto del pudor sino del legítimo derecho de sentir que aún estaba vivo; de que merecía la oportunidad de que alguien le procurara un abrazo o simplemente lo observara con verdadera intención.
Siempre había caminado solo porque tenía la constante certidumbre de que nadie quería ocuparse de él con honestidad o estuviera realmente dispuesto a procurarle cariño y cuidado. Había aprendido a darse palmadas en la espalda, a sosegarse y a proporcionarse calor cuando fuese necesario.
A los ojos de los demás, aparecía autónomo e invulnerable, aunque nada de eso estuviera más alejado de lo que era su verdadera naturaleza. Tenía tanto miedo al abandono que alguna vez decidió no apegarse a nadie y mucho después esa actitud se convirtió en una cualidad que parecía innata cuando, en realidad, había resultado una adquisición temprana; una elección de la que ya no tenía conciencia ni de la que pudiera dar cuenta.
Tal vez a los ojos del lector el breve repaso de estos aspectos más ásperos de su personalidad suenen a reproche y aunque pueda parecerlo, son el resultado de un proceso totalmente diferente. Es que el paso del tiempo mejora mucho la perspectiva de la mirada, razón por la cual todo lo que se rememora no puede tener tal matiz si lo que se extrae de ello es analizado con el tamiz del humor.
Haber sido hijo del desamor de una pareja acarrea la ventaja de conocer de antemano que no se vino a este mundo a reclamar el afecto que cualquiera podría demandar y, en consecuencia, tampoco se viene a ofrecer aquello de lo que se carece. Todo lo que se puede ofrecer en esas condiciones es aprendido, por lo tanto goza del beneficio del ensayo y el error.