martes, 30 de diciembre de 2008

Pensamiento crítico, coraje y memoria...


Entrevista que Oriana Falacci realizó al General Galtieri para la extinta revista "Cambio 16"

Oriana Fallaci: Presidente Galtieri, cuando Ud. piensa en lo que organizado, y aludo a los centenares de jóvenes que han muerto en combate, a los centenares que pueden todavía morir, soldados de reemplazo, marineros imberbes, pilotos en la flor de su edad, y aludo también al nuevo detonador de la tercera guerra mundial que se ha encendido en esta parte del planeta, y como si todavía no fuera suficiente en el Oriente Medio y el Golfo Pérsico sobre los que temblar, también tenemos el Atlántico Sur, ¡maldición!, dígame, ¿no le sucede nunca preguntarse si valía la pena, decirse -a lo mejor- hemos cometido un error, en una palabra Ud. no se arrepiente jamás?

Leopoldo Galtieri: No, señora periodista. No.

Oriana Fallaci: ¿No? Sin embargo, aparte de lo que he dicho, no me parece que Ud. tenga muchos motivos para estar satisfecho. No obstante consignas triunfalistas que propala vuestra televisión al país junto a las marchas guerreras, "venceremos", "vamos a vencer", "ganaremos en todos los frentes", ha llegado para Ud. el momento de pronunciar la palabra que aquí ninguno quiere pronunciar: derrota.

Leopoldo Galtieri: No señora periodista. Yo soy mucho más optimista que Ud. Ni aunque cayera Puerto Argentino me preguntaría si valía la pena haber hecho aquello que he hecho, y todavía menos diría haber cometido un error. ¿Recuerda cuando en la Segunda Guerra Mundial los ingleses fueron derrotados en Dunkerque? Bien, en 1945 estaban en Berlín. En otras palabras, ni aún la caída de Puerto Argentino significaría el fin del conflicto y nuestra derrota: cualquier argentino se lo diría. Señora periodista: hace 149 años que los argentinos denunciaron la agresión cometida por los ingleses en 1833 cuando nos robaron las islas, y son 17 años que intentamos recuperarlas por las vías diplomáticas o sea al revés de las Naciones Unidas. Si el 2 de abril no las hubiéramos recuperado militarmente, lo mismo habría sucedido en abril o en mayo o en junio del próximo año, o en uno de los próximos años. La colonización inglesa no podía continuar.

Oriana Fallaci: No comprendo, ¿por qué habla de colonización? ¿Los 1.800 habitantes de las Falklands, perdón, las Malvinas, no era y son ciudadanos británicos? ¿A quién colonizan entonces los ingleses: a las ovejas, a los pingüinos?

Leopoldo Galtieri: Son todos británicos porque allá los ingleses no han permitido jamás a los argentinos comprar un pedazo de terreno, abrir un negocio, tener un comercio, en suma establecer su propia presencia. Si voy a Roma y tengo el dinero para comprarme un apartamento, un negocio, o sea establecerme, las autoridades italianas me lo permiten. Los ingleses, por el contrario, no. Siempre han mantenido esas islas como una hacienda personal y no nos han permitido jamás poner un pie allí, señora periodista.

Oriana Fallaci: Señor presidente, con todo el territorio que tenéis, esta bella tierra, este terreno fértil, esas costas inundadas de sol, es un poco difícil entender por qué se intentaría comprar un pedazo de tierra sobre dos islotes desolados y desiertos, donde nadie quiere vivir, fuera de los pingüinos, las ovejas y los 1.800 ingleses habituados al frío y a la niebla. Pero hablando de colonización, ¿Ud. es italiano, verdad?

Leopoldo Galtieri: Si, señora periodista, desciendo de italianos. Mis abuelos eran italianos. Mi abuelo de Génova y mi abuela de Calabria. Vinieron aquí con las oleadas de inmigrantes que se produjeron al comienzo de siglo. Eran obreros pobres, pronto hicieron fortuna.

Oriana Fallaci: Entonces, también ellos eran colonizadores. Como todos los argentinos, por otra parte, este país no pertenecía a los españoles, a los italianos, a los alemanes, a los franceses, a los ingleses, en suma, a los europeos, a los blancos que vinieron aquí y masacraron a los nativos hasta la última tribu como no sucedió siquiera en América del Norte, donde todavía hay, por lo menos, algunos pieles rojas. ¿Entonces, de qué se escandaliza? ¿Por qué define como colonias a las Falklands, perdón, las Malvinas?

Leopoldo Galtieri: Señora periodista, no retrocedamos tanto en el pasado. Analicemos las cosas como estaban en 1833, cuando los ingleses invadieron las Malvinas. Observe dónde están situadas las islas, cómo la plataforma submarina se extiende sobre aquella área y une la tierra firme con las islas y verá fácilmente la correlación natural que existe entre ellas y la costa argentina. Quiero decir no sólo históricamente sino también geográficamente, las Malvinas nos pertenecen, deben ser nuestras y nuestras serán.

Oriana Fallaci: Señor presidente, yo sé que aquí los niños crecen aprendiendo que el verdadero nombre de las Falklands es Malvinas, y que las Malvinas son argentinas. Sin embargo, ninguno de sus predecesores se atrevió a la ocupación que Ud. ordenó hace dos meses. De ahí la pregunta que se formulan todos: ¿por qué Galtieri ha hecho aquello que otros no hicieron, ni intentaron, ni pensaron? ¿Cuál era la necesidad imperiosa, al deseo vital, de provocar una guerra?

Leopoldo Galtieri: Un suceso fortuito, señora periodista, algo que sucedió durante el mes de marzo en la Georgia del Sur, más exactamente en la isla de San Pedro cuando 40 argentinos de una empresa privada viajaron allí con un contrato aceptado por los ingleses, para realizar algunos trabajos. Apenas comenzaron los trabajos, el embajador británico envió una nota a nuestro ministerio de Relaciones Exteriores, advirtiendo que si los 40 argentinos no se retiraban de inmediato con sus naves, serían expulsados por la fuerza. O sea expulsados a bordo de naves británicas. Bien, aquel fue más que una demostración del rechazo inglés por negociar, discutir. Fue la gota que hizo desbordar el vaso.

Oriana Fallaci: ¿O fue simple pretexto, quizás prefabricado, dado que el episodio incluye el haber izado una bandera argentina en la isla San Pedro por aquellos 40 obreros? Señor presidente, los pretextos pueden ser usados o ignorados. ¿Ud. lo utilizó porque ya estaba decidido a intervenir militarmente? Le formulo mi pregunta. ¿Cuándo se le puso en la cabeza que reocupar aquellas islas era una necesidad imperiosa, un deseo vital? ¿Cuando fue investido presidente, quizás?

Leopoldo Galtieri: No, no. Siempre tuve esa preocupación. No obsesivamente como Ud. insinúa. Pero constante. En realidad, no sólo como presidente sino también como comandante en jefe de las fuerzas armadas, o sea antes de ser presidente, repetía que no se podía acusar a los argentinos de haber demostrado impaciencia o falta de prudencia. Y dado que las negociaciones no habían servido de nada, era necesario encontrar otra vía de salida.

Oriana Fallaci: Continúo sin entender, señor presidente. Pero además de aquella plataforma submarina, ¿qué es lo que seduce tanto en esos islotes? ¿Qué hay, oro o petróleo? Dicen que es el petróleo y que las aguas pululan de quisquillas, que son riquísimas para comer, si bien me parece un poco increíble que haga la guerra por las quisquillas? ¿O quizás en la posición estratégica que podría llegar a ser ventajosa, militar y económicamente, el día que el Canal de Panamá cierre el paso a los intrusos?

Leopoldo Galtieri: ¿Por qué no le hace esa pregunta a la Sra. Thatcher que por esas islas ha perdido la mitad de su flota y está causando muerte a nosotros y a su pueblo?

Oriana Fallaci: Ahora se lo pregunto a Ud. señor presidente.

Leopoldo Galtieri: Señora periodista, existe un sentimiento. No el oro, no el petróleo, no la posición estratégica: el sentimiento de la nación argentina desde 1833. ¿Ud. no cree en el sentimiento del pueblo?

Oriana Fallaci: Yo creo que hablar de sentimientos del pueblo, desgraciadamente, encubre, casi siempre, verdades menos nobles: intereses políticos, intereses económicos, intereses militares o, más directamente, los intereses personales de quien manda. Por lo tanto le pregunto: ¿no podría ocurrir que aquellos islotes representaran a sus ojos un medio fácil para unir a un país dividido e infeliz, hacerlo olvidar una inflación que es tan irrefrenable como grotesca, y una deuda externa monstruosa, que hoy asciende a 36.000 millones de dólares, o sea del fracaso político y económico del régimen militar que Ud. representa?

Leopoldo Galtieri: Señora periodista, acepto su razonamiento porque Ud. es una periodista, señora periodista. De otra manera, no le permitiría que me dijera estas cosas, se lo aseguro. Porque ofenden mis principios, mi buen nombre, mi carrera militar, todo aquello que yo he protegido más que mi propia vida. Jamás he hecho un cálculo frío como del que Ud. me acusa, jamás. La deuda externa de 36.000 millones de dólares y la inflación galopante no tiene nada que ver con las Malvinas. Es más, puedo asegurarle la inflación aumentará debido a los gastos bélicos. Es verdad que las Malvinas han servido para unir a los argentinos, pero la idea de obtener esto a través de la guerra jamás ha cruzado mi mente, se lo juro.

Oriana Fallaci: Bien, pero muchos otros han tenido tal idea. La historia enseña que cuando las cosas van mal en una sociedad, en un país, aquellos que están en el poder hacen la guerra: así el pueblo se excita completamente y olvida los fracasos, los golpes, los crímenes de quienes gobiernan. En 1940 Mussolini entró en guerra por estas razones, no sólo por su megalomanía. ¿A propósito, también esta comparación le ofende?

Leopoldo Galtieri: Sí señora periodista. Me ofende mucho.

Oriana Fallaci: Menos mal. Pero si no hubo cálculo frío, señor presidente, ha habido errores de cálculo. ¿O debería decir ilusiones? Para comenzar, la ilusión de que Inglaterra no reaccionaría, no enviaría su flota tan lejos de casa. ¿O me equivoco?

Leopoldo Galtieri: No. Le diré que, si bien una reacción inglesa me pareció posible, no creíamos que la Gran Bretaña se movilizaría por las Malvinas. Quiero decir que no nos parecía un hecho probable. Personalmente juzgaba escasamente posible una respuesta inglesa y absolutamente improbable: imagínese si esperaba esta reacción tan desmesurada, desproporcionada. No lo esperaba nadie. Me digo ¿por qué un país situado en el corazón de Europa debía afectarse tanto por dos islas ubicadas aquí abajo en el Océano Atlántico y que no le sirven para nada? Me parece algo que carece de sentido.

Oriana Fallaci: ¿Pero señor presidente, sus diplomáticos, no le advirtieron que la Thatcher iba a reaccionar como lo hizo? ¿O es que, perdóneme Ud. el paréntesis un poco frívolo, Ud. fue motivado por la idea que una mujer no iba a entrar en guerra? Porque en tan caso, debo recordarle que Indira Gandhi y Golda Mier han aceptado sin dudar sus guerras. Y las ganaron.

Leopoldo Galtieri: No, no. Le aseguro que jamás me ha influenciado ningún machismo latino. Por otra parte, si dijere lo contrario, la ofendería también a Ud. señora periodista.

Oriana Fallaci: Bien, se lo preguntaba pensando en los insultos prehistóricos y las imbecilidades que la prensa argentina dedica a la señora Thatcher: "cerebro de gallina", "vete a tejer calcetas", "vuelve a la cocina", etc. Y me preguntaba si acaso Ud. compartía tales expresiones.

Leopoldo Galtieri: La prensa puede decir lo que quiera, y además ya sabe que el humorismo como la caricatura es una característica del temperamento latino. Como habrá notado, sin embargo, el presidente de la nación Leopoldo Galtieri no se ha expresado jamás irrespetuosamente de la señora Thatcher. Y lo mismo los miembros de su gobierno. En cuanto a mi juicio de la señora Thatcher es muy simple: creo que está políticamente inadecuada al momento histórico que vive la humanidad. Digo esto como primer ministro, no como mujer.

Oriana Fallaci: Tampoco la Sra. Thatcher tiene una alta opinión sobre Ud., señor presidente. Lo define como un tirano fascista. Pero ocupémonos de otro cálculo equivocado: la ilusión de que los Estados Unidos no apoyarían a Gran Bretaña. Comprendo la amargura, y también la rabia que tiene contra los norteamericanos, ¿pero no sabía que la Gran Bretaña es uno de los miembros más importantes de la OTAN?

Leopoldo Galtieri: Señora periodista, la diferencia en América del Sur y América del Norte es que los sudamericanos se consideran parte integrante del continente americano, y por el contrario los norteamericanos se consideran pertenecientes a otro hemisferio, el hemisferio norte. Sí, hay una profunda amargura en mí. Una tremenda desilusión. Porque los norteamericanos saben muy bien que, también como comandante en jefe del Ejército, es decir antes de ser presidente, yo he intentado por todos los medios de mantener buenas relaciones con su gobierno, de restablecer una comprensión recíproca, que durante el gobierno de Carter había llegado a faltar. Dada la importancia que el continente americano tiene en la estrategia global, y esto no es sólo en el presente, sino también en el futuro, estos vínculos con nosotros eran para ellos más que indispensables, y debo decir que las relaciones personales que había establecido con el gobierno de Reagan eran excelentes. Nos entendíamos bien los norteamericanos y yo, y debíamos hacer muchas cosas juntos en el continente. Y por eso cuando el señor Haig se ofreció como mediador lo acepté sin duda... y bien, no esperaba su aprobación, no esperaba su apoyo, pero estaba seguro de que comportaría con equilibrio y neutralidad. No esperaba que se aliara con los ingleses utilizando el pretexto de no poder llegar a un acuerdo entre las dos partes. No me esperaba tampoco que el señor Reagan se uniera al señor Haig junto con todo su equipo. Tanto para mí como para el pueblo argentino, la actitud de los norteamericanos se define en una palabra: Traición.

Oriana Fallaci: Señor presidente, una traición tiene lugar cuando existe una promesa, un compromiso. ¿Existía una promesa de parte norteamericana, un compromiso?

Leopoldo Galtieri: El compromiso era asistir a las dos partes y no sólo a una de las dos. Esto entiendo por equilibrio, neutralidad.

Oriana Fallaci: Podría explicarse mejor, porque una de las acusaciones que se formulan contra los norteamericanos es la de ayudar siempre a los regímenes dictatoriales de la América Latina. Y es un hecho que Washington no los ha abandonado jamás. Ni siquiera durante el gobierno de Carter. Entonces algo debe haber sucedido con Haig.

Leopoldo Galtieri: El señor Haig fue un pésimo mediador. Y los hechos lo demuestran.

Oriana Fallaci: Haig sostiene que la culpa es vuestra porque no sabía con quién tratar, y que cuando Ud. decía una cosas sus generales decían otra, se peleaban entre Uds., en la Junta, y en aquel burdel no había a quien dirigirse. A propósito sobre la resolución 502 de las Naciones Unidas, aquella que pedía el retiro inmediato de las tropas argentinas, dice Haig que Ud. y sus generales no se ponían de acuerdo. ¿Si no fuera así, cómo se explicaría la exasperación con que al final los dejó plantados? ¿Y por qué su ministro de Relaciones Exteriores, Costa Méndez, tuvo la necesidad de pedirle excusas?

Leopoldo Galtieri:
El señor Haig vino aquí con muchos ayudantes y trabajamos en esta habitación junto con el ministro de Relaciones Exteriores. Juntos dijimos siempre la misma cosa, que la resolución 502 implicaba una serie de consecuencias inaceptables. La Argentina, repetíamos, no había vertido una sola gota de sangre inglesa para recuperar las Malvinas y, por el contrario, los ingleses nos habían atacado y continuaban atacándonos e insistían en su hostilidad incluso durante la negociación.

Oriana Fallaci: Todavía no advierto la traición, a no ser que hubiera una promesa. Lo que significaría que los norteamericanos supieran antes del 2 de abril que los argentinos se aprestaban a intervenir en las Falklands, perdón las Malvinas. Señor presidente, debido a que las relaciones con los norteamericanos eran tan estrechas, no puedo creer que no les hubiera informado sobre sus decisiones. A mí me han dicho que el Pentágono las conocía y que Ud. se las había comunicado personalmente a Vernon Walters, el ex Jefe de la CIA, ahora embajador viajero, que trabajaba para Haig.

Leopoldo Galtieri: Conozco bien a Vernon Walters, estoy en óptimas relaciones con él. Pero no le dice nada. Ningún miembro de mi gobierno dijo nada a nadie. No hemos tenido jamás la necesidad de pedir permiso a los norteamericanos para recuperar las Malvinas, se lo aseguro. Ni permiso del Pentágono, ni el permiso de Reagan, ni el permiso de Haig. Al contrario, tomamos nuestra decisión solos. Además escuche: si los norteamericanos lo hubieran sabido jamás hubiéramos llegado a los sucesos del 2 de abril.

Oriana Fallaci: Lo que significa que habrían intentado detenerlos. ¿O quizás intentaron hacerlo y ésa es la razón por la cual Haig parecía tan exasperado? ¿Señor presidente, están verdaderamente rotas vuestras relaciones con los norteamericanos?

Leopoldo Galtieri: Rotas no diría, pero seriamente dañadas sí. Muy seriamente. Tan gravemente que hará falta mucho tiempo antes de normalizarlas. Mucho tiempo. Años.

Oriana Fallaci: Y mientras tanto está Ud. haciendo nuevos aliados.

Leopoldo Galtieri: Señora periodista, nuestros aliados naturales son los países latinoamericanos. De todas maneras, es verdad: estamos buscando contactos más vastos con el mundo al cual pertenecemos por historia y cultura. Contactos políticos, comerciales, financieros y también una mayor comprensión recíproca. Hasta ayer no habíamos dedicado mucha atención a la América del Sur, a las ventajas recíprocas que una mayor comprensión nos habría reportado. Pero hoy tenemos en cuenta esa zona, miramos hacia aquellos horizontes y el indiscutible desarrollo de esa apertura.

Oriana Fallaci: En otras palabras, estáis descubriendo el Tercer Mundo. Y estáis descubriendo a Simón Bolívar. ¿Debemos realmente creerlo? Los argentinos han sido siempre tan puntillosos en considerarse occidentales, europeos, blancos, que han considerado siempre a los demás países sudamericanos con un tal complejo de inferioridad.

Leopoldo Galtieri: Comparto lo que Ud. dice; nadie puede negar que siempre nos hemos sentido muy ligados a América del Norte y a la Europa Occidental. Pero es justamente por eso que nos sentimos traicionados, liados, desilusionados. Por eso estamos cambiando nuestra política exterior, ahora. Pero cosas más importantes sucederán en el futuro, deje pasar un poco de tiempo y verá.

Oriana Fallaci: ¿Lo dice sólo por los norteamericanos o también por los europeos? Porque también os sentís incomprendidos y traicionados por los europeos. ¿O me equivoco?

Leopoldo Galtieri: Es cierto, no esperábamos que nos castigaran con sus sanciones.

Oriana Fallaci: El gobierno italiano las ha retirado. Aunque sea por levantina ambigüedad, se ha negado a renovarlas. Y si bien tal decisión fue determinada por cínicos intereses de partidos políticos, y si bien la condena de vuestra intervención militar fue soslayada, supongo que Ud. siente mucha gratitud hacia los italianos.

Leopoldo Galtieri: Siento benevolencia, señora periodista.

Oriana Fallaci: ¿Sólo benevolencia?

Leopoldo Galtieri: Benevolencia, nada más que benevolencia.

Oriana Fallaci: Eh. Estos me complacen, me divierte. ¿Se imagina Ud. la cara de quienes han hecho tanto por levantarle esas sanciones, incluso renovando las consignas mussolinianas sobre la pérfida Albión? Pero hablemos de las cosas más serias, señor presidente, hablemos de las declaraciones de amor que de pronto se formulan a países como Nicaragua y Cuba. Hablemos de Costa Méndez que besa y abraza a Fidel Castro: ¿no es para quedar aturdida? A mí me parece leer una novela fantapolítica.

Leopoldo Galtieri: Un momento señora periodista, un momento. Costa Méndez va a La Habana porque en La Habana tiene lugar una conferencia anual de Países No Alineados. Abraza al señor Castro porque en La Habana el señor Castro es el dueño de casa. Y no olvide que el señor Castro ha expuesto públicamente su apoyo a la Argentina y su reivindicación sobre Las Malvinas como presidente de los Países No Alineados y no como presidente de Cuba. ¿Y por otra parte, qué debo hacer mientras corre la sangre de nuestros soldados? ¿Qué esperan de mí? ¿Que dé las gracias a los Estados Unidos?

Oriana Fallaci: Yo no espero nada, salvo intentar comprender lo que está sucediendo, señor presidente. Y admitirá que tengo todo el derecho de estar aturdida por ciertas alianzas, porque...

Leopoldo Galtieri: No son alianzas. Son reajustes políticos de las relaciones internaciones. Las alianzas son otra cosa para mí, señora periodista.

Oriana Fallaci: Está bien, reajustes políticos si lo prefiere. Queda el hecho, como está por decir, que millares de personas fueron eliminadas en Argentina por comunistas, marxistas o bajo la acusación de ser comunistas, marxistas. Así que por lo menos es desconcertante ver a Fidel Castro y Costa Méndez darse palmadas en la espalda como su hubieran estado juntos en Sierra Maestra. Aquellos pobres muertos deben revolverse en sus tumbas.

Leopoldo Galtieri: Señora periodista, las relaciones internacionales se mueven más por intereses que por amor, como Ud. bien sabe y, desafortunadamente estas cosas son inevitables. Así lo demuestra la historia del mundo. ¿Si los Estados Unidos aíslan a la Argentina, militar y económicamente, si Europa hace lo mismo, si el mundo occidental le vuelve la espalda, y digo mundo occidental poniendo la expresión entre comillas, qué otra elección tenemos? No debo recordarle que los factores ideológicos no son motivos determinantes en la convivencia internacional. Piense en todos los países que mantienen relaciones con sus enemigos ideológicos. Estados Unidos y China, por ejemplo. Se abrazan exactamente como nosotros nos abrazamos con el señor Castro y como el señor Castro nos abraza a nosotros. No por eso la Argentina se hace comunista. No por eso el general Galtieri se convierte en miembro del partido.

Oriana Fallaci: Y no por eso Fidel Castro se convierte en miembro de la Junta Militar argentina, lo sé. Pero a esta Junta él le ofrece armas ahora. Su ayuda. ¿Aceptaréis esas armas? ¿Aceptaréis esa ayuda?

Leopoldo Galtieri: En este momento no nos sirve la ayuda militar de nadie, pero si Gran Bretaña pone a la Argentina en una situación muy difícil aceptaremos ayuda de cualquiera y armas de cualquiera.

Oriana Fallaci: Lo que incluye a la Unión Soviética, si he comprendido bien. Señor presidente, vuestra cruzada antisoviética parece haber terminado. Los soviéticos parecen ocupar en vuestro corazón el puesto de los norteamericanos, y es notorio que el embajador de Moscú en Buenos Aires ha visitado más de una vez a Ud. y a los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores. ¿Aclaremos esta cuestión, aceptaréis las armas soviéticas o no?

Leopoldo Galtieri: Si llegamos a un momento en que se haga necesario, sí la aceptaremos. Me dirigiré incluso a ellos. ¿Señora periodista, cree que quiero suicidarme?

Oriana Fallaci: No, no lo creo. De hecho, Ud. ha comprado armas a los abastecedores más diversos y extravagantes de los últimos días. Uno es Khaddafi que le ha dado los Exocets que le negó Mitterrand, otro es Israel, que le ha vendido Mirages y misiles. Y aparte de los países entre los que encuentra benevolencia y aparte de varios traficantes de armas que venden bombas como la droga, que Dios los maldiga, están Ecuador, Perú y Venezuela.

Leopoldo Galtieri: Estos últimos son países hermanos. ¿Pero por qué me pregunta cosas que no puedo responder por razones de seguridad?

Oriana Fallaci: Porque Ud. ha dicho que la caída de Port Stanley, perdón Puerto Argentino, y la total reconquista de las islas por parte de los ingleses no significará el fin de la guerra. Porque los periódicos argentinos continúan hablando de guerra total. Y quiero comprender si la guerra total significa la internacionalización de la guerra.

Leopoldo Galtieri: Guerra total significa que, no importa cómo vayan las cosas militarmente, la Argentina no renunciará a sus derechos sobre las Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur. Guerra total significa que la Argentina no aceptará jamás retornar a la situación existente al primero de abril. Guerra total significa que no habrá paz hasta que no hayamos obtenido aquello que es nuestro. Y no quiero una internacionalización de la guerra, pero esa internacionalización no depende de mí. Depende de Gran Bretaña y de los Estados Unidos.

Oriana Fallaci: ¿A costa de convulsionar las potencias nucleares, a costa de repetir lo que está sucediendo en Oriente Medio, o sea, transformar aquellos islotes en el Israel del Atlántico Sur?

Leopoldo Galtieri: Estoy tan preocupado como Ud., señora periodista. Más que Ud. porque mis responsabilidades no concluyen en el pueblo argentino: existen además en cuanto a otros países. Para serle franco, cuando decidí recuperar las Malvinas no esperaba provocar un suceso de importancia mundial y todavía menos creía que la cosa tuviera consecuencias en el contexto internacional. Pero la ha habido y estoy preocupado. Pero esta preocupación no debería ser solamente sentida por mí. La debería tener también la señora Thatcher, el señor Reagan y el señor Haig. Y tanto más como no ha sido la Argentina la que atacó: han sido los ingleses. La Argentina se limita a responder, a defenderse de ellos. ¿Dígame, por qué la señora Thatcher y el señor Reagan no tienen en cuenta el peligro que Ud. me echa en cara?

Oriana Fallaci: Espero que lo hagan, supongo que lo harán. Pero queda el hecho de que fue Ud. quien comenzó, señor presidente. Queda el hecho de que fueron Uds., los argentinos, quienes provocaron este problema el 2 de abril, al enviar las naves y las tropas. Y no es haciéndose los ofendidos que cambiaréis esta indiscutible e histórica realidad. En todo el mundo ha problemas fronterizos, territoriales. ¿Qué sucedería si todos resolvieran sus disputas como lo ha hecho Ud., "de quién es este lugar, es mío, entonces me quedo"? ¿Estamos en la era atómica, no lo ha olvidado?

Leopoldo Galtieri: No, pero toca a las potencias nucleares el tener un cerebro más abierto y adecuarse al deseo de libertad que tienen los pueblos hoy. Las cosas han cambiado desde la Segunda Guerra Mundial: los imperios han caído y la mentalidad de la gente ha cambiado tanto en un sentido individual como nacional. O sea, se ha descubierto la libertad. Pero todavía quedan restos de ese imperio y de comportamiento imperialista, trazas de colonialismo. Todo lo cual es inadmisible en una era civilizada como la nuestra. Habría que rebelarse.

Oriana Fallaci: Santas palabras, señor presidente, pero suenan un tanto extrañas al oírlas pronunciadas por Ud., el representante de un régimen que no sabe qué hacer de la libertad y además la mata. La suya es una dictadura, señor presidente, no lo olvidemos.

Leopoldo Galtieri: Yo no lo llamaría dictadura. Aquí la gente habla más que en un régimen democrático. El régimen no es democrático, estoy de acuerdo. Pero no es ni siquiera duro como en otros países que se definen como democráticos. (...)

Oriana Fallaci: Si Ud. piensa así, ¿por qué pone a uno de los jefes de aquellos asesinos como comandante del puesto de las Georgias? Hablo, tanto por poner un ejemplo, del infame capitán Astiz que ahora se hace la víctima porque los ingleses lo tienen prisionero.

Leopoldo Galtieri: El capitán Astiz pertenece a la marina como 500 otros oficiales que detentan su rango y su responsabilidad. Debido a su rango y a esa responsabilidad se encontró en aquel puesto de avanzada en las Georgias cuando recuperamos las islas. Las acusaciones contra él deben ser probadas, señora periodista, y como buena demócrata Ud. debería saber que una acusación no vale sin no se la prueba con testimonios y hechos (...)

Oriana Fallaci: Señor presidente, en cuanto a libros he leído, incluso demasiados sobre esta vergüenza. Y Ud. no puede comparar los desaparecidos con los soldados que mueren en la guerra. Un desaparecido es una persona que es arrestada o secuestrada por un grupo de paramilitares porque no piensan como Ud., grupos paramilitares que Uds. inventaron y ahora no controlan más y después son conducidos a la policía militar torturados hasta la muerte y sepultado sin su nombre en cualquier fosa común o quizás lanzado al mar o al río de la Plata. Y el resto son chorradas, disculpe la brutalidad.

Leopoldo Galtieri: Señora periodista... aquí estamos, junio de 1982, para afrontar el presente y el futuro del país...


martes, 23 de diciembre de 2008

El asesino de Papa Noel. Spencer Holst


Hubo una vez una persona que terminó con las guerras para siempre, al asesinar a 42 Papás Noel.

Todo empezó unos diez días antes de Navidad, cuando un Papá Noel del Ejército de Salvación fue asesinado en un barrio.

Un diario de la mañana traía la noticia, pero al día siguiente otros cinco Papás Noel fueron asesinados y el hecho apareció en la primera plana de todos los diarios del país.

Cuatro de ellos fueron asesinados mientras recolectaban fondos para el Ejército de Salvación, y el quinto fue apuñalado en la sección Juguetería de Gimbel’s.

¡La gente se sintió ultrajada! ¡Cómo se indignaron! Pensaban qué monstruo, qué engendro debía ser ese tipo, quiero decir, arruinarles la Navidad a los chicos asesinando a Papá Noel.

No se preocupaban por las vidas verdaderas de los hombres asesinados, tan sólo era el efecto que causaría a los chicos lo que molestaba a todos.

De manera que al día siguiente la ciudad estaba llena de policía metropolitana y estadual, agentes del FBI y hasta algunos funcionarios de Inteligencia de la Marina, agentes del Tesoro y funcionarios del Departamento de Justicia, todos los cuales encontraron pretextos para intervenir en el caso: y otros diez Papás Noel fueron muertos y no se atrapó al esquivo asesino.

Así que aquella noche todos los Papás Noel que estaban trabajando convocaron a una reunión secreta para decidir qué hacer.

Se daban cuenta de sus responsabilidades para con los chicos pero, por el otro lado, les parecía una especie de locura salir a la calle y ser atacados por este maníaco.

De modo que un hombre, que era valiente y no tenía a nadie que dependiera de él, se ofreció para salir al otro día, disfrazado y con una fuerte guardia armada.

Pero le cortaron la garganta en su cama, aquella noche.

Así que al otro día no había Papás Noel en la ciudad.

Y la gente estaba algo así como irritable y nerviosa, y los chicos lloraban, y no parecía Navidad sin los Papás Noel.

Pero al día siguiente, una volátil mujercita de Hollywood, una actriz que buscaba publicidad, salió vestida de Mamá Noel.

Y la gente y sus chicos se agolparon en torno de ella, ya que era lo más aproximado a Papá Noel que andaba por la calle, y consiguió un montón de publicidad, y no la mataron.

De modo que al día siguiente varias otras mujeres prominentes salieron todas vestidas de Mamá Noel, con el pelo empolvado de blanco y polleras coloradas y almohadones en sus vientres y sombreros de Papá Noel, y tampoco a ellas las mataron.

Decidieron que a lo mejor el maníaco había dejado de actuar, así que mandaron a la calle a un Papá Noel como globo de ensayo, pero una hora después su cuerpo era conducido en una ambulancia al Bellevue Hospital, con tres balas alojadas en él.

Así que la Navidad de ese año transcurrió con Mamás Noel.

Y el año siguiente empezó a ocurrir otra vez lo mismo, de modo que de inmediato mandaron a las mujeres otra vez a la calle.

Al año siguiente pasó la misma cosa; y el siguiente, y el siguiente; y año tras año, este paciente y esquivo maníaco mataba a cualquier varón vestido de Papá Noel, hasta que finalmente en los diarios, en la publicidad y en las mentes humanas, Papá Noel retrocedió hacia el fondo y Mamá Noel se convirtió en la figura principal.

Quiero decir que Papá Noel todavía estaba allí. Hacía los juguetes en el Polo Norte y se ocupaba de los elfos, pero era Mamá Noel la que viajaba en el trineo tirado por los renos y se deslizaba por la chimenea y repartía los regalos y encabezaba el desfile de Navidad cada año.

Y lo divertido era que a las mujeres parecía gustarles realmente ser Mamá Noel. Nadie tuvo que pagarles y se convirtió en una moda tal que las calles, en época de Navidad, estaban colmadas de Mamás Noel. Y a medida que el tiempo pasó, ellas empezaron a hacer pequeñas alteraciones en el traje tradicional, cambiando primero el matiz de rojo, y experimentando después con colores completamente distintos, hasta que al fin cada traje fue único y fantástico, hermosamente coloreado, bellísimo.

Se convirtió en un verdadero honor el encabezar el desfile de Navidad.

¡Y a los chicos les encantó!

¡La Navidad nunca había sido así antes, con todas estas Mamás Noel y toda la excitación!

Pero estos chicos, esta nueva generación de chicos que creció creyendo en Mamá Noel, eran algo así como distintos.

Porque, fíjense, para los chicos muy pequeños Papá Noel es un dios.

Y para la época en que dejan de creer en Papá Noel, empiezan a ir a la Escuela Dominical y aprenden acerca de un nuevo Dios. Y este nuevo Dios no les hace regalos. Es un poco rudo.

Pero toda la vida anhelan a su antiguo dios de la infancia, a su dios Papá Noel.

Observen sus oraciones, lo que dicen: dame lo que deseo. Pero esta nueva generación de chicos que crecieron creyendo en Mamá Noel parecía tener una actitud distinta hacia las mujeres.

Empezaron a elegir mujeres para el Congreso y eligieron a una mujer presidente y mujeres alcaldes, hasta que muy pronto el país entero estuvo gobernado por mujeres.

A ellas les preocupaba sobre todo cosas como la comida, y hubo mucha discusión en el Congreso acerca de varios regímenes, y bien pronto hasta los más pobres tuvieron mucho que comer; y estaban interesadas en las casas, y pronto ya no hubo escasez de viviendas.

Pero había una cosa que no apoyarían.

No pensaban hacerlo.

Quiero decir, ¿qué posible razón política haría que estas mujeres mandaran a sus hombres a ser matados? ¡Era ridículo!

De modo que con su poder político y su poder financiero y el prestigio de los Estados Unidos, obligaron y animaron a otros países a permitir que mandaran las mujeres.

Así la guerra terminó para siempre.

Los hombres siguieron haciendo lo que siempre habían hecho. Trabajaban en fábricas, y estudiaban matemática superior, y apostaban a caballos, y repartían el hielo, y discutían de filosofía.

Pero estas discusiones sobre filosofía no ocasionaban que la gente se muriera de hambre y se matara entre sí.

Y muy pronto, en todo el mundo, nadie estaba hambriento, todos tenían lindas casas, ya no había guerra, la gente empezó a ser feliz.

Saben, cuando uno se detiene a pensar en ello, había ocurrido una revolución mundial.

Y 42 Papás Noel no es mucha gente muerta para una revolución mundial.

Pero el asesino o, en realidad, el santo a quien la humanidad tanto le debía, el que planeó y ejecutó esta revolución casi incruenta, nunca fue atrapado y crucificado.

Siguió viviendo.

No, nadie descubrió nunca la identidad de este santo: es decir ah–, salvo yo.

Yo sé quién es el santo.

Oh, no tengo ninguna prueba, pero es precisamente por eso que estoy tan seguro de que lo sé.

Porque hay una sola persona capaz de esto, hay una sola persona con el genio, la osadía, la imaginación, el valor, el amor a la gente, la avidez por la sangre y la paciencia requeridos para llevar a cabo ésta, la mayor de todas las acciones.

Esa persona es mi hermanita.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Mentiras Vaticanas. Susana Viau

A principios de diciembre el obispo Luigi De Magistris decidió otorgar categoría de verdad a lo que hasta ahora sólo tenía rango de murmuración de sacristía, de habladuría de misa vespertina. De Magistris, un apellido con perfume a sínodos y encíclicas, es el prefecto emérito de la Penitenciaría Apostólica, la dependencia vaticana desde cuyas ventanillas se administran la relación con el más allá, las confesiones, las extremaunciones y las penitencias. La clientela del obispo De Magistris, pues, son (somos) los penitentes, potencialmente todos, creyentes e incrédulos, porque la chance de la salvación sigue abierta hasta el último aliento.

De eso se trató la revelación que monseñor formuló frente a Radio Vaticano y replicó la ACI –la Agencia Católica de Informaciones–: un “arrepentimiento”, una “conversión”, un alma descarriada que volvió al rebaño. Para más inri, el protagonista de la historia divulgada por De Magistris no es cualquier “pentito”, es “su paisano”, Antonio Gramsci, el más grande de los teóricos marxistas italianos. Según De Magistris, el ateísmo perdió un baluarte y el Vaticano se llevó el gato al agua, o a Gramsci a la Casa del Padre. La ACI lo tradujo con una prosa austera y triunfal, con el lenguaje de un parte de victoria. Monseñor, dijo, dio a conocer que “el fundador del Partido Comunista Italiano, el autor de uno de los más completos y sofisticados métodos de hegemonía ideológica –utilizado aún hoy por los principales enemigos de la Iglesia– retornó a la fe católica de su infancia y recibió los sacramentos antes de morir en abril de 1937”.

Contó De Magistris que la primera noticia de esta notable voltereta espiritual fue escuchada por los feligreses de la iglesia de San Lorenzo, en Módena, de la boca de sor Pinna, una monja sarda tan incapaz de mentir como atravesada por el “pensamiento fosforescente” que Federico Fellini le adjudicaba a su mujer, Giulietta Masina. Fue en ocasión de la misa celebrada por el alma del obispo secretario del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, Giovanni Maria Pinna, su hermano, que
sor Pinna narró aquel hecho sorprendente. Después de pasar por la enfermería de las cárceles de Turi y de Civitavecchia, enumeró sor Pinna, Gramsci, enfermo de los pulmones y con una arterosclerosis avanzada, fue internado en la clínica Cusumano, primero, y luego en la Quisisana, de Roma. Allí trabajaba sor Pinna junto a sor Palmira Petretti, sor Angelina Zürcher y sobre todo junto al joven capellán Giuseppe Furrer.

Sor Pinna describió el día en que las monjas de la Quisisana se arrimaron a las habitaciones de los enfermos haciéndoles besar la imagen de la virgen. No se acercaron a Gramsci, por supuesto, pero éste las llamó y les pidió que le llevaran la Madonna. Sor Palmira Petretti adicionó su propio punto de vista: la habitación que ocupaba el dirigente agonizante estaba frente a la capilla y Gramsci, desde su cama, miraba las imágenes del altar “con ojos emocionados”. Sor Angelina Zürcher fue más audaz y relató que el moribundo ideólogo de los consejos de fábrica de 1920, del Turín Rojo, le pidió: “Madre, rece por mí porque siento que éste es el fin”. Dijo sor Zürcher que también le rogó: “Ayúdeme a rezar porque siento que me voy”. El capellán Furrer construyó una fábula breve y ambigua, una obra maestra de las medias palabras. Recordó haber entrado en el cuarto de Gramsci, llevaba puesta la estola y una pequeña fuente con agua bendita. Lo roció sin que el paciente lo percibiera. No pudo darle la extremaunción porque si bien Gramsci no se había negado a ella, tampoco la había pedido. Tatiana Schutch, la cuñada de Gramsci, la mujer que crió a uno de sus hijos, estaba en la habitación y se indignó ante esa embestida contra las ideas de un hombre indefenso. Carlo Gramsci, su hermano, dijo recordar que al aproximarse el final le habían llevado una imagen religiosa y lo instaron a desertar de su materialismo. El enfermo, por toda respuesta, se dio vuelta y permaneció en silencio, de cara a la pared. Giuseppe Vacca, presidente de la Fundación Antonio Gramsci, pone muy entre paréntesis esas historias de conversión in extremis. La documentación sobre sus últimos momentos abunda –señaló–, e incluso están, por si hiciera falta, los informes policiales. Tampoco se explica Vacca cómo su admirado maestro Antonio Gramsci podía haber aceptado el auxilio de la religión si dos días antes de su muerte, ocurrida el 27 de abril de 1937, había caído en coma a causa de una isquemia cerebral.

Puesta del revés, observada desde la cama del paciente de la habitación 26 de la clínica Quisisana, de un hombrecillo jiboso y contrahecho a causa del mal de Pott, una tuberculosis de columna que le provocaba dolores indecibles, el preso fetiche de Benito Mussolini, il Duce, durante 20 años, 4 meses y 5 días, la historia es otra: es la del intento de derribo de las convicciones de un militante en el momento en que la vida se le escapa, la de la búsqueda de la flaqueza que puede sobrevenir cuando se pisa el umbral. Los que rezan “no nos dejes caer en la tentación” lo acosan para que se abandone a la seducción de la eternidad. ¿Lo habrán logrado? La respuesta no importa porque aunque fuera afirmativa, nadie lo creería. Gramsci, el contrahecho de un metro cincuenta, gafas de intelectual y cara de niño, Gramsci, el impenitente, sigue enseñando que lo que hay que hacer debe ser hecho aquí, en esta tierra, por mucho que le pese a monseñor De Magistris.

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