miércoles, 28 de febrero de 2007

Nuevamente. JOP.


Alicia se despertó esa mañana y notó que la cama le resultaba mucho más grande que de costumbre, que el silencio de la casa se había duplicado y que el aire que la rodeaba se negaba a ingresar a sus pulmones.
Después de cuatro años, José ya no estaba en su vida.
Se quedó tendida en el lecho mirando el cielorraso blanco y un dolor suave pero profundo se derramó por todo su pecho cortándole la respiración, que se hizo rápida e imprecisa.
No atinaba a mover un sólo músculo. Todo lo que hasta hacía un par de días era su vida cotidiana había cambiado de una forma tan descomunal y masiva, que nada le resultaba reconocible. No habría llamados telefónicos por las noches -que se convertirían en eternas-, ni golpes a la puerta los sábados a las dos de la tarde, ni aromas conocidos en las sábanas ni en las toallas, y la comida comenzaría a descomponerse en la heladera porque había olvidado cómo comprar alimentos para una sola persona.
No sabría cómo disfrutar de los parques soleados ni de los domingos bulliciosos en Puerto Madero o de los paseos por San Telmo cuando llegase el otoño.
No volvería a tener la posibilidad de levantar el teléfono para derramar en él sus alegrías, sus sorpresas, sus angustias o sus temores. Ni siquiera volvería a tener la oportunidad de contar sus anécdotas sin recurrir a un montón de información.
Se sentó en el borde de la cama y comprobó que no tenía fuerzas suficientes para salir de ella. Encima el sol entraba a borbotones por la ventana. Siempre había preferido la oscuridad y la noche cuando la tristeza se sentaba a su lado.
Cuando pudo, Alicia fue hasta la cocina y vio la licuadora limpia en el rincón de la mesada y recordó el sonido del motor los domingos por la mañana cuando José preparaba el licuado de manzanas con agua, mientras el agua de la pava tomaba la temperatura justa en la hornalla para el mate con hierbas que solían compartir.
Abrió la heladera y miró la raspadura que había sufrido la puerta cuando los operarios la subieron por el ascensor durante la mudanza en septiembre. Tomó un vaso de agua helada y se apoyó en el marco de la puerta que daba al living y recordó cuando José daba largos pasos para medir las dimensiones del ambiente donde colocarían los sillones, los modulares y la computadora. También recordó la mancha que dejaron cuando corrieron el escritorio para reacomodar los muebles y poder ubicar la mesa nueva y la lámpara de aceite se derramó sobre una de las paredes.
Para peor tenía fotos. De las vacaciones, de los cumpleaños, de los paseos y todas aquéllas que Alicia gustaba sacar en cualquier momento y ese maldito video en el que se oía la habitual risa tierna y desatada de José.
Por un momento pensó en tirar todo a la basura; de deshacerse de todo lo que lo recordara, hasta que finalmente pensó que lo mejor sería arrojarse por la ventana cuando tuviera el coraje suficiente. Hasta entonces, tendría que evitar cruzarse por todos los medios con esos recuerdos lacerantes.
Las cortinas estaban sucias, la alfombra tenía un poco de tierra y ella no tenía nada de ganas.
Estaba sola otra vez. Sola una vez más. Sola nuevamente. Sola, del mismo modo que había tenido que pasar su infancia, su adolescencia y gran parte de su madurez.
Dejó el vaso vacío en la pileta de la cocina, fue al dormitorio y se puso lo primero que encontró. Agarró las llaves y salió a la calle. Volvería, una vez más, a hacer lo que hacía siempre que un dolor la agarraba por el cuello: caminar, caminar y caminar hasta caer rendida por el cansancio; para no ahogarse, para no sentir que se consumía en ese dolor insoportable, para que el mundo la atravesase de parte a parte y sentir que todavía formaba parte de él de algún modo. Y sufriría en silencio, como estaba acostumbrada.
Aunque esta vez, José estaría a la vuelta de cualquier esquina, porque cuando se despidieron lo hicieron con afecto y admiración. Con respeto por lo vivido. Porque habían sido afortunados, aunque más no fuese, por cuatro años.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo un Tributo, un Homenaje al AMOR, con mayúsculas......si hasta me dan ganas de apoderarme del texto.
UN BESO.SU

Anónimo dijo...

Por tratarse de un relato interesante no puedo dejar de hacer mi comentario.
Además muchos indicios y objetos que aparecen en la descripcion son de conocimiento propio, que el autor a sabido con mucha discreción incorporar a la historia, mis felicitaciones...
ALE