Sábado por la noche. Por el canal de aire de la empresa mexicana están emitiendo el capítulo “vaya a saberse cual” de Sex and the city. La protagonista y productora de la serie, esa rubia treintañera (TREINTAÑERA) atrapada en la maraña invisible de la sociedad de consumo, se pregunta sobre la posibilidad de tener una relación después de los treinta. Esa pregunta que se proyecta sobre el fenómeno contemporáneo descripto ya hasta el cansancio por los pensadores de la postmodernidad basado en el aislamiento y atomización del individuo y la banalización de los vínculos.
Como corolario, lanza un interrogante que perfora el televisor y sale disparado justo en el centro del blanco del televidente que esta en su casa solo un sábado por la noche, metido en la cama, luego de haber repasado las opciones disponibles y haber optado por la seguridad de las cuatro paredes de su casa: ¿Se puede ser optimista después de los treinta?
Si la pregunta se proyecta sobre los que pasaron los treinta, ¿qué puede decirse entonces de aquellos que pasamos los cuarenta? Más que optimismo habría que comenzar a pensar en algo más tangible para responder a ese interrogante: un salvavidas, por ejemplo, o una balsa lo suficientemente sólida para aferrarse en medio de la tormenta que parece comienza a desencadenarse y sugiere no detenerse hasta el día de la muerte.
Naturalmente, no van a faltar los “optimistas” empedernidos que derramarán la diatriba habitual. Edulcoradas frases hechas (y vaciadas de contenido) sobre las bondades del paso del tiempo o sobre la inexistencia de edad para el amor. Los más sofisticados recurrirán a cualquier eslogan basado en modernas concepciones psicológicas y afirmarán, por ejemplo, que pensar negativamente al respecto genera que las conductas se orienten en sentido negativo y, como si estuvieran guiadas por un espíritu misterioso, el sujeto del caso, terminará realizando aquello que teme al modo de una profecía que se autocumple.
Sin dejar de tener en cuenta que incluso esa pregunta esté inducida por el mismo sistema de consumo, algo de soledad se dispara en esta época en el que la liviandad de los vínculos se manifiesta como eje articulador de los encuentros.
Porque también está de moda aquella representación nueva sobre el “compromiso”. Ese miedo que se lanza sin demasiados reparos cuando la cuestión de fondo se dirime en que sería difícil hablar de compromiso cuando lo que se elige, se elige desde la libertad de elección -valga la redundancia- fundada en el simple hecho de estar orientada por la voluntad. Si el compromiso contemporáneo tiene algún sentido cierto que marca la diferencia con aquél otro de antiguo, parece, entonces, que la significación debería orientarse más en lo que parece contener de obligación que de verdadera elección. Porque cuando alguien habla hoy de temor al compromiso no hace otra cosa que resaltar que existe un temor inherente a la elección a compartir con alguien un proyecto en común pero, a diferencia de lo que sucedía antes, pareciera que hoy ese temor es el resultado de una imposición, cuando el verdadero sentido del compromiso, era el acuerdo fundado en un pacto de alianza que allanaba a las partes a hacerse cargo de aceptar su mitad en un proyecto en común asumido desde la libre voluntad de elección basado en el amor y la consiguiente decisión fundada en él.
Porque, en definitiva, si de tomar posición se trata, vos, ¿de qué lado estas?
1 comentario:
Besos Jop, coinciden con la noche buena, pero te los daria igual de ser semana santa...jajaja...
Muchos besos
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