“…la soledad se ha convertido en un hecho, en una banalidad al igual que los gestos cotidianos. Las conciencias ya no se definen por el desgarramiento recíproco; el reconocimiento, el sentimiento de incomunicabilidad, el conflicto han dejado paso a la apatía y la propia intersubjetividad se encuentra abandonada. Después de la deserción social de los valores e instituciones, la relación con el Otro es la que sucumbe, según la misma lógica, al proceso de desencanto. El Yo ya no vive en un infierno poblado de egos rivales o despreciados, lo relacional se borra sin gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de neutralidad asfixiantes. La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto, la extrañeza absoluta ante el otro”… “Así llegamos al final del desierto; previamente atomizado y separado, cada uno se hace agente activo del desierto, lo extiende y lo surca, incapaz de “vivir” el Otro. No contento con producir el aislamiento, el sistema engendra su deseo, deseo imposible que una vez conseguido, resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente, no se soporta a sí mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no tiene ni principio ni fin.”
Guilles Lipovetsky