viernes, 9 de julio de 2010

A cualquier precio, no. Orlando Barone


No sé hasta qué nivel cualquiera de nosotros se tiene que esforzar por vivir su vidita cuanto ésta es sentenciada al umbral del apagamiento. O cuando ya se está más allá que acá, y cuando sobrevivir con angurria a lo sumo promete un devenir exhausto.

Es antiguo el debate acerca de si se justifica que se salve una vida aplicando los recursos humanos y científicos más costosos, mientras tantas vidas se apagan carentes de la más básica asistencia. Hay empeños de socorro que aparecen más privilegiados que otros.

No me refiero al afecto extraordinario que puedan mantener con la sociedad ciertos seres excepcionales y que los amerita para recibir mayores empeños. Sino a la duda acerca de si un salvataje se puede permitir avasallar el último rescoldo de la vida, soplándola artificialmente un ratito más, compitiendo con el poder de la naturaleza. Sé que también hay una sensación de injusticia cuando muere un joven en lugar de un viejo. O un valiente en lugar de un cobarde. O un grande en lugar de un insignificante. y sé que lo que voy a decir excede mis modesta ignorancia, pero cada vez que veo a un paciente en estado grave o moribundo, ubicado por la sociedad en lugar de exclusivismo médico -sea por su poder, su riqueza o sus méritos-, siento que se produce un voluntarismo imprudente en el designio de la vida. Y otra vez la inequidad de la economía pero en la asistencia.

Acaso tengo la fantasía de que sería hermoso esperar la muerte con la dignidad de la vida vivida. Todos iguales. No entregarse: esperarla. Como esos elefantes que sintiendo el final se apartan de la manada para morir a solas. Mi deseo -que no sé si seré capaz de cumplir- es desechar toda intromisión exagerada en mi cuerpo que tienda a su forzada supervivencia.

Y no estar expuesto a la indefensión para que otros determinen sin mi conciencia. Ninguna costosísima sobredosis de vida justifica la continuidad de un producto físico ya en el tramo de liquidación o de saldo. Entiendo los afanes científicos; también los afanes de un enfermo condenado, y empeñado en que su condena gotee por desesperado aprovechamiento tecnológico.

El dilema es dónde está el límite para que esa obstinación no ofenda a la vida. Y dónde lo heroico no termine siendo la tortura del héroe. Otra duda son los partes médicos públicos: presumen responder al humanismo pero proveen al mercado. Son la usurpación sin pudor de la decadencia orgánica privada. A ningún organismo, creo, le sienta ser expuesto en la vidriera del extremo deterioro. Lo que quiero decir es que no vale tener tanta gula por la vida cuando ella ya quiere renunciar a dárnosla, y cuando el resultado de la insitencia sería una vida irremediablemente menguada.

Si el guerrero debe morir con las botas puestas, parangonando habría que morir con la vida puesta, y no manteniéndola agarrada a camillas, quirófanos, rezos y tribunas. No sé por q digo esto a esta altura del año. Es que creo que la vida nos merece vivos, pero no a cualquier precio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno. No debería comentar nada porque parece que estropeo la publicación, pero me resultó muy bueno ésto de ... vale la pena lograr ciertas metas si el precio que pagamos es tan costoso?