sábado, 28 de abril de 2007
viernes, 27 de abril de 2007
El hacedor. Jorge Luis Borges.
Somos el río que invocaste, Heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de Jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de Macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de Jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de Macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.
jueves, 26 de abril de 2007
miércoles, 25 de abril de 2007
lunes, 23 de abril de 2007
viernes, 20 de abril de 2007
miércoles, 18 de abril de 2007
...JOP.
Me entrego a la luz y sus matices
A los contornos delineados por destellos
Hasta la profunda sombra del no color
Porque yace allí toda la emisión.
Me entrego a la luz y no a la palabra
Siempre vaciada y repetida
Que sin más se pronuncia para dar
Algo que siempre es nada.
Me entrego a la luz y sus mixturas
Porque allí esta la riqueza y la verdad
La expresión, después de la música,
más pura de lo bello y lo entredicho.
Me entrego a la luz y sus potencias
Harto ya de caminar los discursos
En el hastío febril de la vorágine lingüística
Que surte efectos embriagadores y penosos.
Me entrego a la luz, simplemente
Porque de ella partió la energía de la vida
Y hoy derrama sus vibrantes anagramas
Por ti y por mí, con generosidad.
martes, 17 de abril de 2007
domingo, 15 de abril de 2007
viernes, 13 de abril de 2007
de Groucho Marx.
Jamás aceptaría pertenecer a un club que me admitiera como socio.
¿A quien va usted a creer?, ¿a mi, o a sus propios ojos?
Estos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros.
Él puede parecer un idiota y actuar como un idiota. Pero no se deje engañar. Es realmente un idiota.
Nunca olvido una cara. Pero en su caso, estaré encantado de hacer una excepción.
Claro que lo entiendo. Incluso un niño de cinco años podría entenderlo. ¡Que me traigan un niño de cinco años!
¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Que ha hecho la posteridad por mi?
La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música.
La inteligencia militar es una contradicción en los términos.
La televisión ha hecho maravillas por mi cultura. En cuanto alguien enciende la televisión, voy a la biblioteca y me leo un buen libro.
He pasado una noche estupenda. Pero no ha sido esta.
Debo confesar que nací a una edad muy temprana.
O usted se ha muerto o mi reloj se ha parado.
Recordad que estamos luchando por el honor de esa mujer, lo que probablemente es más de lo que ella hizo jamás.
Citadme diciendo que me han citado mal.
El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución.
La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnostico falso y aplicar después los remedios equivocados.
Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar las dudas definitivamente.
Bebo para hacer interesantes a las demás personas.
Solo hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Y si responde "sí", sabes que es un corrupto.
¿Que por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú.
La política no hace extraños compañeros de cama. El matrimonio sí.
El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla, está hecho.
Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente esta demasiado oscuro para leer.
No puedo decir que no estoy en desacuerdo contigo.
Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer. Detrás de ella, esta su esposa.
El matrimonio es la principal causa de divorcio.
Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado.
Disculpen si les llamo caballeros, pero es que no los conozco muy bien.
Nunca voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína.
Me casé por el juzgado. Debería haber pedido un jurado.
Es usted la mujer más bella que he visto en mi vida... lo cual no dice mucho en mi favor.
El verdadero amor sólo se presenta una vez en la vida... y luego ya no hay quien se lo quite de encima.
No piense mal de mí, señorita. Mi interés por usted es puramente sexual.
Oh! Nunca podré olvidar el día que me casé con aquella mujer... Me tiraron píldoras vitamínicas en vez de arroz.
¿Quiere usted casarse conmigo? ¿Es usted rica? Conteste primero a la segunda pregunta.
- ¿Por qué y cómo ha llegado usted a tener veinte hijos en su matrimonio? - Amo a mi marido. - A mí también me gusta mucho mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca.
Cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo.
Perdonen que no me levante. (Epitafio de Groucho)
Mi madre adoraba a los niños. Hubiera dado cualquier cosa porque yo lo fuera.
Es una tontería mirar debajo de la cama. Si tu mujer tiene una visita, lo más probable es que la esconda en el armario. Conozco a un hombre que se encontró con tanta gente en el armario que tuvo que divorciarse únicamente para conseguir donde colgar la ropa.
Dices que conociste a John en un ascensor, y mi pregunta es: ¿subía o bajaba? Esto es muy importante porque, cuando bajamos en un ascensor, siempre tenemos una sensación de vacío en el estómago que a veces puede confundirse con amor. En cambio, si subía, se trata de un caso claro de flechazo a primera vista, y también demuestra que John es un joven en periodo de ascenso. (De una carta a su hija Miriam)
Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: Un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…
Hace tiempo conviví casi dos años con una mujer hasta descubrir que sus gustos eran exactamente como los míos: los dos estábamos locos por las chicas.
En las fiestas no te sientes jamás; puede sentarse a tu lado alguien que no te guste.
He disfrutado mucho con esta obra de teatro, especialmente en el descanso.
miércoles, 11 de abril de 2007
Ya no seré feliz. Jorge Luis Borges.
Ya no seré feliz.
Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas
en el mundo;
un instante cualquiera
es más profundo
y diverso que el mar.
La vida es corta.
Y aunque las horas
son tan largas,
una oscura maravilla
nos acecha,
la muerte,
ese otro mar,
esa otra flecha
que nos libra
del sol
y de la luna
y del amor.
La dicha que me diste
y me quitaste
debe ser borrada;
lo que era todo
tiene que ser nada.
Sólo me queda
el goce de estar triste,
esa vana costumbre
que me inclina
al Sur, a cierta puerta,
a cierta esquina.
Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas
en el mundo;
un instante cualquiera
es más profundo
y diverso que el mar.
La vida es corta.
Y aunque las horas
son tan largas,
una oscura maravilla
nos acecha,
la muerte,
ese otro mar,
esa otra flecha
que nos libra
del sol
y de la luna
y del amor.
La dicha que me diste
y me quitaste
debe ser borrada;
lo que era todo
tiene que ser nada.
Sólo me queda
el goce de estar triste,
esa vana costumbre
que me inclina
al Sur, a cierta puerta,
a cierta esquina.
martes, 10 de abril de 2007
Nietzsche entre Las palabras y Las cosas. Esther Díaz.
1. El filtro de la representación
Las palabras y las cosas es un libro crucial en la crítica a la representación efectuada por Foucault. Sin embargo, esta obra, a pesar de estar atravesada por lo nietzscheano, no suele ser identificada como tal. Por el contrario, en los textos foucaultianos de la etapa del poder nadie pondría en duda la presencia nietzscheana. No obstante, Nietzsche está presente en la primera etapa de Foucault. Ambos filósofos, desde sus primeras publicaciones y desde sus respectivos análisis de la representación, han puesto en cuestión la pertinencia de ese modo privilegiado de acceso a la verdad que la modernidad hegemonizó: la representación. A tal punto que normalmente, en una primera aproximación al objeto, no solemos considerar la representación como una mediación entre las cosas y las palabras, sino como algo del orden del conocimiento, de la verdad.
El filtro por el que atraviesa el impulso nervioso, provocado por algo externo (las cosas) y relacionado con el significante (las palabras), pulveriza ese impulso hasta convertirlo en meros sonidos, que por tener sentido son metáforas, y que por un olvido de que lo son, terminamos creyendo que son la realidad. Creemos que las metáforas que decimos para referirnos a las cosas son del orden de la verdad. Denominamos conocimiento a este proceso. Creemos que conocemos porque somos capaces de repetir lo mismo que habíamos decidido que se vuelva a decir en circunstancias semejantes. Para desarrollar su libro sobre la inopinada relación entre las palabras y las cosas, o entre lo real y su representación, Foucault no solo abrevó, entre otros libros y autores, de El nacimiento de la tragedia, se empapó también con otros textos nietzscheanos, como “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, del que extrae herramientas arqueológicas; y algo más.
La arqueología de Foucault, siguiendo el camino previsto por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, pretende desmontar piedra a piedra, el dispositivo por medio del cual se forman objetos, conceptos, técnicas y valores, que surgieron de ciertas prácticas sociales y necesariamente se apoyan en algún fragmento de poder. La interacción entre prácticas y nuevos saberes produce nuevos sujetos. En este recoveco teórico de Foucault no podemos dejar de reconocer la genealogía nietzscheana que, al develar la constitución interesada de los valores morales, devela la constitución insospechada de cualquier discurso que se pretenda verdadero.
En Las palabras y las cosas se analiza justamente las diferentes constituciones de nuevos objetos de conocimientos según el devenir de los diferentes períodos históricos. Se muestra asimismo las bisagras extremas que separan cada época. Entre el Renacimiento y la época neo clásica, se yergue Don Quijote; entre el clasicismo de los siglos XVII y XVIII, y comienzo del XIX se alza una figura duplicada: Justine y Juliette.
Entre el loco de las representaciones, el caballero medieval anacrónico -Don Quijote- y las locas por pasividad o actividad del deseo corporal, la objeto y la sujeto de deseo inventadas por Sade, se impone un orden regido por la episteme. Además, hay otro orden, el del poder, pero esa instancia no es tema de Las palabras y las cosas, sino de Vigilar y castigar ; aunque Foucault se había ocupado del poder en La historia de la locura y se ocupará más sistemáticamente en obras posteriores.
Don Quijote es emblema de un mundo donde ya el lenguaje no se involucra con las cosas, donde se comienza a diferenciar entre las palabras y las cosas. Él que era producto del discurso escrito, muere cuando la representación (modo de conocer moderno) le gana a las semejanzas (modo de conocer medieval). Por su parte, Justine, producto de su época, va dejando de ser palabra para ser representación del deseo de los otros, y Juliette ya es temporalidad, sujeto deseante ella misma, no mero objeto del deseo de otro. Juliette es algo así como la consumación de la modernidad, es sujeto autónomo. Y ambas “representan” asimismo la duplicidad propia de las ciencias sociales, en las que el sujeto de estudio interactúa con el objeto a estudiar, desarticulando el supuesto positivista de que sujeto y objeto se relacionan “sin contaminarse”, “tomando distancia” y garantizando “objetividad” o, dicho de otra manera, que el objeto existe per se y el sujeto no tiene nada que ver con él y simplemente lo refleja como un espejo, cuando –en realidad- más que entre verdades objetivas inmóviles y perennes el conocimiento circula entre enfrentamientos, conflictos, violaciones a las cosas y juegos de palabras.
Parecería entonces que el libro de Foucault habla del desorden, sin embargo, habla del orden, del elemento apolíneo y de los efectos de contrariarlos. Por su parte, Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia, muestra que lo dionisiaco no puede expresarse plenamente, pero sí lo apolíneo que es utilizado para abordar lo que realmente le importa a la mayoría, que no siempre es lo relevante para Nietzsche.
En Las palabras y las cosas, lo dionisiaco se mantiene en los bordes. Así como, en El nacimiento de la tragedia, el tema fundamental, la ciencia, es elidido y, no obstante -o precisamente por ello- es lo realmente importante de ese libro. Dice Nietzsche en sus primeras páginas que el contenido de la obra no está explícito. La primera edición fue en 1871, y en su tercera edición, 1886, el filósofo le agregó una introducción que tituló “Ensayo de autocrítica”. En esa introducción afirma que la tarea de El nacimiento de la tragedia es dilucidar el problema de la ciencia y que la obra plantea un problema nuevo, inédito hasta entonces, el de la ciencia concebida como problemática, como discutible, como posibilidad de saber dionisiaco, desprejuiciado, “desmoralizado”, libre, cuya contracara obvia es la apolínea ciencia occidental, moderna y positivista, auto proclamada universal y verdadera.
Foucault hace una torsión hacia las consignas nietzscheanas y se plantea como verdadero horizonte de sentido, en su libro sobre las palabras y las cosas, el tema de la ciencia. Aunque en este caso, no se trata ya de ciencia gaya, sino de ciencia nova (para fin del siglo XVIII, comienzos del XIX). Se trata del saber que tiene por objeto de estudio al ser vivo que trabaja y habla. En definitiva, el libro comienza y termina recorriendo caminos nietzscheanos. Se trata de una arqueología genealógica que culmina con la idea de la muerte de Dios, que necesariamente lleva implícita en sí la muerte del hombre.
2. La representación de la representación
En realidad, hemos hipostasiado el objeto de la metafísica. El verdadero metafísico, el que piensa la condición formal necesaria de la realidad, sabe que cuando se refiere a ella no está hablando de algo ideal desconectado de la realidad, sino precisamente del movimiento indispensable para que esa realidad funcione. En este sentido, Nietzsche hace una especie de metafísica estético-formal, al comienzo de El nacimiento de la tragedia, cuando alude a la “Transfiguración” de Rafael para ilustrar su concepción crítica de la duplicidad de la representación moderna. No porque Nietzsche considerara que ese juego de espejo metafórico no fuera propio del arte, sino porque juzgaba que ese juego no era el que asume la ciencia, aunque de hecho lo utiliza, sin embargo, únicamente “conocemos” a través de metáforas. El arte refleja su falta de voluntad de verdad de manera impecable.
Y es remarcando la duplicidad del arte, lo nebuloso, lo ambiguo e incierto, que Nietzsche delata la sospechosa solemnidad de la ciencia que se pretende verdadera, objetiva, universal. O, dicho de otra manera, la ciencia también se maneja con metáforas, con representaciones, y con representaciones de representaciones creyéndoselas, mientras el arte en cambio las sabe juego.
La deconstrucción de la “Transfiguración” de El nacimiento de la tragedia, no tiene las sutilezas literarias con las que Foucault adorna su propio análisis de un cuadro, en Las palabras y las cosas. Nietzsche define parcamente a Rafael como pintor ingenuo, entendiendo por ello aquel que se regodea en la apariencia, en la gozosa belleza de “lo que parece”, es decir, en la representación. Pero en este cuadro (como el Velásquez que analizará Foucault años más tarde) Nietzsche descubre la “apariencia de la apariencia” o doble representación; porque Jesús, cuyo cuerpo ocupa la parte superior del cuadro, se ha transmutado, sufrió una transición beatífica.
Pero la tensión que se respira emana de la parte inferior del cuadro, donde, el verdadero milagro se organiza alrededor de un círculo, utilizando dos puntos de fuga diferentes, uno para cada escena (de las dos que nos ofrece el cuadro en el que la representación también se duplica). Las luces provenientes de diferentes fuentes –como ocurre en “Las meninas”- refuerza el carácter especular del conjunto en el que participan las rotundas figuras que, como en Velásquez, contemplan embelezadas al sujeto de la doble representación. En la “Transfiguración” quienes adoran son Pedro, Santiago y Juan; en “Las meninas” los servidores. Ambas pinturas irradian luz y transfiguran al personaje principal siguiendo una representación de segundo grado. La representación transporta teniendo como un manto de olvido sobre la cruda realidad. Eso es propio de Apolo, el dios que hiere de lejos. El que pone velos racionales entre las palabras y las cosas.
No solo la critica a la representación y el método arqueológico tienden puentes entre Las palabras y las cosas y El nacimiento de la tragedia, además de otros textos nietzscheanos, todo el libro de Foucault está atravesado por lo que Nietzsche dijo de sí mismo atribuyéndolo a una especie de designio: tratar de ver qué ero eso de la verdad, trata de ver qué era eso de la moral, tratar de ver cómo se constituían las proposiciones científicas.
Justamente, el fuerte entramado que se establece entre ambos libros se afirma en que en ambos se trata del saber apolíneo en detrimento del dionisiaco, tal como Occidente lo quiso a partir de Grecia clásica. Se tratan períodos distintos, El nacimiento de la tragedia nos remite a Grecia arcaica; Las palabras y las cosas, en cambio, a la modernidad, pero sus problemáticas y abordajes son similares. Sobre todo, cuando sus autores, contra su costumbre, se tornan abarcadores. En Las palabras y las cosas se les dice, a los que todavía se plantean preguntas sobre qué es el hombre en su esencia, que esas esencias, hace ya tanto tiempo denunciadas como simples palabras, no preocupan seriamente a nadie. A los esencialismos, neopositivismos y formalismos –hoy- simplemente podemos contestar con una risa filosófica. Una risa nietzscheana reflexiva y silenciosa, como la evocada por Foucault en las páginas finales de Las palabras y las cosas.
Se trata del silencio del amo de Sileno, el que tal como lo describe Nietzsche al final de su libro trágico, es un silencio que aprehende el desencadenamiento global de todas las fuerzas simbólicas que vibran con la misma intensidad del ser que creó ese desencadenamiento. El ditirambo de Dioniso es comprendido únicamente por sus iguales. Por ello, el mundo artístico, en su extraña y seductora magia va rodando entre luchas terribles adormecido por lo apolíneo, se amodorra por siglos entre los pajares de los campanarios y renace triunfante en cada nuevo festejo de la metáfora, un festejo por que sí, vano si se quiere, pero que acepta el simulacro y desconfía de la frialdad del mero conocimiento, de la férrea geografía de los cementerios romanos, de la simplificación de lo múltiple, apostando más bien a los ardores de las equivocaciones, a lo sesgado de las perspectivas, a las ambigüedades de los lenguajes locos y a la brumosa luminosidad de las metáforas nunca del todo destejidas, nunca del todo comprendidas, ni esclarecidas. Esos simulacros que no terminan de perfilarse, o que se perfilan como lo no pensado, en pensamientos negativos, como los aquí tematizados, son el estímulo indispensable para no cerrar el análisis y continuar abiertos a la posibilidad de seguir recorriendo senderos para continuar reflexionando, cuestionando y pensando.
El filtro por el que atraviesa el impulso nervioso, provocado por algo externo (las cosas) y relacionado con el significante (las palabras), pulveriza ese impulso hasta convertirlo en meros sonidos, que por tener sentido son metáforas, y que por un olvido de que lo son, terminamos creyendo que son la realidad. Creemos que las metáforas que decimos para referirnos a las cosas son del orden de la verdad. Denominamos conocimiento a este proceso. Creemos que conocemos porque somos capaces de repetir lo mismo que habíamos decidido que se vuelva a decir en circunstancias semejantes. Para desarrollar su libro sobre la inopinada relación entre las palabras y las cosas, o entre lo real y su representación, Foucault no solo abrevó, entre otros libros y autores, de El nacimiento de la tragedia, se empapó también con otros textos nietzscheanos, como “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, del que extrae herramientas arqueológicas; y algo más.
La arqueología de Foucault, siguiendo el camino previsto por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, pretende desmontar piedra a piedra, el dispositivo por medio del cual se forman objetos, conceptos, técnicas y valores, que surgieron de ciertas prácticas sociales y necesariamente se apoyan en algún fragmento de poder. La interacción entre prácticas y nuevos saberes produce nuevos sujetos. En este recoveco teórico de Foucault no podemos dejar de reconocer la genealogía nietzscheana que, al develar la constitución interesada de los valores morales, devela la constitución insospechada de cualquier discurso que se pretenda verdadero.
En Las palabras y las cosas se analiza justamente las diferentes constituciones de nuevos objetos de conocimientos según el devenir de los diferentes períodos históricos. Se muestra asimismo las bisagras extremas que separan cada época. Entre el Renacimiento y la época neo clásica, se yergue Don Quijote; entre el clasicismo de los siglos XVII y XVIII, y comienzo del XIX se alza una figura duplicada: Justine y Juliette.
Entre el loco de las representaciones, el caballero medieval anacrónico -Don Quijote- y las locas por pasividad o actividad del deseo corporal, la objeto y la sujeto de deseo inventadas por Sade, se impone un orden regido por la episteme. Además, hay otro orden, el del poder, pero esa instancia no es tema de Las palabras y las cosas, sino de Vigilar y castigar ; aunque Foucault se había ocupado del poder en La historia de la locura y se ocupará más sistemáticamente en obras posteriores.
Don Quijote es emblema de un mundo donde ya el lenguaje no se involucra con las cosas, donde se comienza a diferenciar entre las palabras y las cosas. Él que era producto del discurso escrito, muere cuando la representación (modo de conocer moderno) le gana a las semejanzas (modo de conocer medieval). Por su parte, Justine, producto de su época, va dejando de ser palabra para ser representación del deseo de los otros, y Juliette ya es temporalidad, sujeto deseante ella misma, no mero objeto del deseo de otro. Juliette es algo así como la consumación de la modernidad, es sujeto autónomo. Y ambas “representan” asimismo la duplicidad propia de las ciencias sociales, en las que el sujeto de estudio interactúa con el objeto a estudiar, desarticulando el supuesto positivista de que sujeto y objeto se relacionan “sin contaminarse”, “tomando distancia” y garantizando “objetividad” o, dicho de otra manera, que el objeto existe per se y el sujeto no tiene nada que ver con él y simplemente lo refleja como un espejo, cuando –en realidad- más que entre verdades objetivas inmóviles y perennes el conocimiento circula entre enfrentamientos, conflictos, violaciones a las cosas y juegos de palabras.
Parecería entonces que el libro de Foucault habla del desorden, sin embargo, habla del orden, del elemento apolíneo y de los efectos de contrariarlos. Por su parte, Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia, muestra que lo dionisiaco no puede expresarse plenamente, pero sí lo apolíneo que es utilizado para abordar lo que realmente le importa a la mayoría, que no siempre es lo relevante para Nietzsche.
En Las palabras y las cosas, lo dionisiaco se mantiene en los bordes. Así como, en El nacimiento de la tragedia, el tema fundamental, la ciencia, es elidido y, no obstante -o precisamente por ello- es lo realmente importante de ese libro. Dice Nietzsche en sus primeras páginas que el contenido de la obra no está explícito. La primera edición fue en 1871, y en su tercera edición, 1886, el filósofo le agregó una introducción que tituló “Ensayo de autocrítica”. En esa introducción afirma que la tarea de El nacimiento de la tragedia es dilucidar el problema de la ciencia y que la obra plantea un problema nuevo, inédito hasta entonces, el de la ciencia concebida como problemática, como discutible, como posibilidad de saber dionisiaco, desprejuiciado, “desmoralizado”, libre, cuya contracara obvia es la apolínea ciencia occidental, moderna y positivista, auto proclamada universal y verdadera.
Foucault hace una torsión hacia las consignas nietzscheanas y se plantea como verdadero horizonte de sentido, en su libro sobre las palabras y las cosas, el tema de la ciencia. Aunque en este caso, no se trata ya de ciencia gaya, sino de ciencia nova (para fin del siglo XVIII, comienzos del XIX). Se trata del saber que tiene por objeto de estudio al ser vivo que trabaja y habla. En definitiva, el libro comienza y termina recorriendo caminos nietzscheanos. Se trata de una arqueología genealógica que culmina con la idea de la muerte de Dios, que necesariamente lleva implícita en sí la muerte del hombre.
2. La representación de la representación
En realidad, hemos hipostasiado el objeto de la metafísica. El verdadero metafísico, el que piensa la condición formal necesaria de la realidad, sabe que cuando se refiere a ella no está hablando de algo ideal desconectado de la realidad, sino precisamente del movimiento indispensable para que esa realidad funcione. En este sentido, Nietzsche hace una especie de metafísica estético-formal, al comienzo de El nacimiento de la tragedia, cuando alude a la “Transfiguración” de Rafael para ilustrar su concepción crítica de la duplicidad de la representación moderna. No porque Nietzsche considerara que ese juego de espejo metafórico no fuera propio del arte, sino porque juzgaba que ese juego no era el que asume la ciencia, aunque de hecho lo utiliza, sin embargo, únicamente “conocemos” a través de metáforas. El arte refleja su falta de voluntad de verdad de manera impecable.
Y es remarcando la duplicidad del arte, lo nebuloso, lo ambiguo e incierto, que Nietzsche delata la sospechosa solemnidad de la ciencia que se pretende verdadera, objetiva, universal. O, dicho de otra manera, la ciencia también se maneja con metáforas, con representaciones, y con representaciones de representaciones creyéndoselas, mientras el arte en cambio las sabe juego.
La deconstrucción de la “Transfiguración” de El nacimiento de la tragedia, no tiene las sutilezas literarias con las que Foucault adorna su propio análisis de un cuadro, en Las palabras y las cosas. Nietzsche define parcamente a Rafael como pintor ingenuo, entendiendo por ello aquel que se regodea en la apariencia, en la gozosa belleza de “lo que parece”, es decir, en la representación. Pero en este cuadro (como el Velásquez que analizará Foucault años más tarde) Nietzsche descubre la “apariencia de la apariencia” o doble representación; porque Jesús, cuyo cuerpo ocupa la parte superior del cuadro, se ha transmutado, sufrió una transición beatífica.
Pero la tensión que se respira emana de la parte inferior del cuadro, donde, el verdadero milagro se organiza alrededor de un círculo, utilizando dos puntos de fuga diferentes, uno para cada escena (de las dos que nos ofrece el cuadro en el que la representación también se duplica). Las luces provenientes de diferentes fuentes –como ocurre en “Las meninas”- refuerza el carácter especular del conjunto en el que participan las rotundas figuras que, como en Velásquez, contemplan embelezadas al sujeto de la doble representación. En la “Transfiguración” quienes adoran son Pedro, Santiago y Juan; en “Las meninas” los servidores. Ambas pinturas irradian luz y transfiguran al personaje principal siguiendo una representación de segundo grado. La representación transporta teniendo como un manto de olvido sobre la cruda realidad. Eso es propio de Apolo, el dios que hiere de lejos. El que pone velos racionales entre las palabras y las cosas.
No solo la critica a la representación y el método arqueológico tienden puentes entre Las palabras y las cosas y El nacimiento de la tragedia, además de otros textos nietzscheanos, todo el libro de Foucault está atravesado por lo que Nietzsche dijo de sí mismo atribuyéndolo a una especie de designio: tratar de ver qué ero eso de la verdad, trata de ver qué era eso de la moral, tratar de ver cómo se constituían las proposiciones científicas.
Justamente, el fuerte entramado que se establece entre ambos libros se afirma en que en ambos se trata del saber apolíneo en detrimento del dionisiaco, tal como Occidente lo quiso a partir de Grecia clásica. Se tratan períodos distintos, El nacimiento de la tragedia nos remite a Grecia arcaica; Las palabras y las cosas, en cambio, a la modernidad, pero sus problemáticas y abordajes son similares. Sobre todo, cuando sus autores, contra su costumbre, se tornan abarcadores. En Las palabras y las cosas se les dice, a los que todavía se plantean preguntas sobre qué es el hombre en su esencia, que esas esencias, hace ya tanto tiempo denunciadas como simples palabras, no preocupan seriamente a nadie. A los esencialismos, neopositivismos y formalismos –hoy- simplemente podemos contestar con una risa filosófica. Una risa nietzscheana reflexiva y silenciosa, como la evocada por Foucault en las páginas finales de Las palabras y las cosas.
Se trata del silencio del amo de Sileno, el que tal como lo describe Nietzsche al final de su libro trágico, es un silencio que aprehende el desencadenamiento global de todas las fuerzas simbólicas que vibran con la misma intensidad del ser que creó ese desencadenamiento. El ditirambo de Dioniso es comprendido únicamente por sus iguales. Por ello, el mundo artístico, en su extraña y seductora magia va rodando entre luchas terribles adormecido por lo apolíneo, se amodorra por siglos entre los pajares de los campanarios y renace triunfante en cada nuevo festejo de la metáfora, un festejo por que sí, vano si se quiere, pero que acepta el simulacro y desconfía de la frialdad del mero conocimiento, de la férrea geografía de los cementerios romanos, de la simplificación de lo múltiple, apostando más bien a los ardores de las equivocaciones, a lo sesgado de las perspectivas, a las ambigüedades de los lenguajes locos y a la brumosa luminosidad de las metáforas nunca del todo destejidas, nunca del todo comprendidas, ni esclarecidas. Esos simulacros que no terminan de perfilarse, o que se perfilan como lo no pensado, en pensamientos negativos, como los aquí tematizados, son el estímulo indispensable para no cerrar el análisis y continuar abiertos a la posibilidad de seguir recorriendo senderos para continuar reflexionando, cuestionando y pensando.
lunes, 9 de abril de 2007
domingo, 8 de abril de 2007
de Les Luthiers...
"El amor eterno dura aproximadamente tres meses"
"Tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria"
"No soy un completo inútil. Por lo menos sirvo de mal ejemplo"
"Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía"
"La verdad absoluta no existe y esto es absolutamente cierto"
"Hay un mundo mejor pero es carísimo"
"La mujer que no tiene suerte con los hombres no sabe la suerte que tiene"
"La pereza es la madre de todos los vicios y como madre hay que respetarla"
"No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella"
"Felices los que nada esperan, porque nunca serán defraudados"
"Dios mío dame paciencia,¡¡ Pero dámela YA!!"
"Tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria"
"No soy un completo inútil. Por lo menos sirvo de mal ejemplo"
"Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía"
"La verdad absoluta no existe y esto es absolutamente cierto"
"Hay un mundo mejor pero es carísimo"
"La mujer que no tiene suerte con los hombres no sabe la suerte que tiene"
"La pereza es la madre de todos los vicios y como madre hay que respetarla"
"No te tomes la vida en serio, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella"
"Felices los que nada esperan, porque nunca serán defraudados"
"Dios mío dame paciencia,¡¡ Pero dámela YA!!"
jueves, 5 de abril de 2007
miércoles, 4 de abril de 2007
martes, 3 de abril de 2007
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