sábado, 25 de julio de 2009

miércoles, 22 de julio de 2009

Un puente de mar azul


Te dejo un puente de mar azul
que va del sueño hasta tus ojos
desde Alcúdia a Amorgos,
de tu vientre a mi corazón.

Te dejo un ramo de preguntas
para que te llenen los dedos de luz
como la que enciende la mirada
de los niños de Sidón.

Un puente que ayude a surcar
la piel antigua del mar.

Que desvele el susurro de todos los tiempos
y nos enseñe el olvidado gesto de los rebeldes,
con la rabia del canto,
con la fuerza del cuerpo,
con el gozo del amor...

Un puente de mar azul para sentirnos piel con piel,
un puente que hermane pieles y vidas diferentes,
diferentes.

Te dejo un puente de esperanza
y el faro antiguo de nuestro mañana
para que observes el norte
en tu navegar.

Te dejo un verso en Sinera
escrito con un trazo de un azul luminoso
que cantaba en Alguer
para cantar su añoranza...

Te dejo el agua y la sed,
el sueño encendido y el recuerdo.

Y en Ponza la muerte
para vivir cara al mar... el mar... el mar.
El espacio lleno de luz
donde se refleja el mar... el mar... el mar.

El azul de nuestro silencio
de donde siempre nace la canción.

Que desvele el susurro de todos los tiempos
y nos enseñe el olvidado gesto de los rebeldes,
con la rabia del canto,
con la fuerza del cuerpo,
con el gozo del amor...

Un puente de mar azul para sentirnos piel con piel,
un puente que hermane pieles y vidas diferentes,
diferentes.


Miquel Martí i Pol
El texto es un regalo de Petitapetitesa

domingo, 19 de julio de 2009

La insoportable virtualidad del ser



En el comienzo fue la mirada: un intercambio de palabras, un café y después, las ganas de volverse a ver o, en casos más osados, la pregunta de rigor: “¿Tenés lugar? o ¿Tu casa o la mía?
La evaluación era simple y directa, el encuentro inicial de miradas decidía si se llegaba a la instancia de la intencionalidad de pensar a futuro o de formular la pregunta. Además, había una ruta específica a lo largo de cuyo recorrido era posible “hacer un levante”. Pero todo eso fue antes de internet, antes del msn, antes de la disección y el aplanamiento de las personas, o sea, antes de que éstas se convirtiesen en una fotografía de perfil, con una galería de fotos mostrando “partes”. Sería bueno preguntarse si poniendo todas las partes juntas se puede construir una persona...
Esa pregunta subyace en la obra de Mary Shelley cuando escribió su clásica obra “Frankenstein”, en junio de 1816. Este relato de la literatura gótica plantea la creación de un cuerpo viviente a partir de partes de diferentes cuerpos. La temática nacía en concordancia con el auge de la medicina y en medio de las disputas filosóficas sobre el origen de la vida en la tierra. Pero el resultado, en el caso de la novela, es el de la creación de un monstruo, si bien esa no había sido la intención original de su creador, el resultado es esa aberración mutilada y despreciada que aterroriza.
Pero debían pasar muchas muchas décadas para que cada uno, desde su casa, y en un casi total anonimato pudiera crear su propio Prometeo, a medida.
E internet hizo el milagro.
En el pasado, la magia consistía en imaginar lo que habría debajo de la ropa de aquél a quien acabábamos de conocer, lo que permitía la posibilidad de poner en marcha algo del orden de la seducción y el erotismo y así, alimentar el deseo. En un encuentro cara a cara era imposible ocultar las imperfecciones, puesto que la vida no posee Photoshop. Allí estaban el tono y las inflexiones de la voz, los gestos e incluso los aromas. Por lo tanto, el otro era ese a quien veíamos sentado frente nuestro, a quien habíamos elegido, al verlo pasar por nuestro lado o en el encuentro deliberado o fortuito. Al sostener su mirada en la charla de café, al sentir su pierna rozar la nuestra, se construía un circuito imaginario de comunicación que decía más que cualquier palabra. Incluso se constituía un estadio generador de un espacio de interés cuyas verdaderas motivaciones, en general, caían en el desconocimiento y lo inexplicable.
Claro, todo poseía el intrigante encanto de conocer a alguien paulatinamente, como si se fueran levantando invisibles velos o como si se pelara una cebolla y cada capa revelara un aspecto de ese ser de carne y hueso, real y totalizado.
En la actualidad, la comunicación virtual permite construir al otro a partir de un discurso escrito, una imagen fragmentada y un deseo que ahora tiene la posibilidad de armar el perfil del ser perfecto. Sabiendo lo que uno quiere –como si ello fuera muchas veces tan fácil-, los sitios de encuentro virtuales permiten elegir cada detalle: rango de edad, altura, peso, color de piel, ojos o cabello, rol, estado civil, etnia, creencia religiosa y profesión, etc., eliminando así el factor sorpresa. Si ya está todo dicho y visto desde el comienzo ¿Qué es lo que sostiene el deseo?
Tal vez resulte por demás significativo la cantidad de encuentros que terminan en un plantón, porque al llegar a la cita se ve al otro parado en la esquina acordada, pero se descubre que la foto del perfil distaba de ser actual o incluso surge la duda de si pertenece a la misma persona o que el peso no podía ser el declarado.
A la pregunta ¿esto es lo que elegí en la pantalla? -que lógicamente vela la verdadera pregunta sobre la falta de la constitución totalizada del otro-, la respuesta suele ser la frustración y el inicio de una nueva búsqueda. Tal vez, aquí, surja la pregunta respecto a qué es lo que en realidad, en esas circunstancias, sostiene al deseo. Y tal vez pueda responderse que lo que sostiene al deseo sea simplemente eso: buscar, buscar y buscar... Y respondiendo a la lógica dominante del mercado, a la lógica implacable de la oferta y la demanda, se constituya un ideal que cada uno asume está en algún lugar, y que, precisamente por ser ideal, no está en ninguna parte; sólo en la virtualidad de todos los días.

JoP

miércoles, 15 de julio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

Me tiraste un limón...


Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura, sin embargo.

Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.

Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,

se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.

Miguel Hernández
Foto: Petitapetitesa.