sábado, 16 de mayo de 2009

El impotente




Siendo que todo sucedió de la noche a la mañana, se tuvo la impresión de que aquello se constituyó sin previo aviso y tras la más brutal de las imprevisiones. Sin embargo, quedaba oculto, ante el suceder de los acontecimientos, que el desenlace fue el resultado de una silenciosa, sutil, meticulosa y malograda combinación que instituyó el diseño de una trama que dio como resultado lo imprevisto: Una mañana Alfredo comprobó que había perdido el deseo.
Aquél extravío no se circunscribía solamente a la esfera de lo meramente sensual, lo que tal vez hubiera orientado la búsqueda de la solución posible hacia la fisiología endócrina del organismo. Con el paso de los días notó que también había perdido las ganas de cantar, de conversar con sus amigos, de leer libros, de escuchar música, de trabajar, de pasear o realizar aquellos viajes que tanto disfrutaba y, poco a poco, fue cayendo en la cuenta de que no se trataba solamente de la ausencia de una fuerza instintual que lo empujara hacia el ejercicio de los placeres sexuales, sino que fue comprobando, no sin intensos esfuerzos, que carecía por completo del empuje que lo animaba frente al mundo que lo rodeaba.
Alfredo tardó bastante en poder comenzar a deshilvanar la madeja puesto que, sólo con el paso del tiempo, pudo percatarse de que todas las cosas que iniciaba desde que sonaba el despertador por la mañana hasta que lo atrapaba el sueño de la noche, se ejercitaban por el mero ejercicio de la inercia, si es que tal concepto robado a la física resulta aplicable a las actividades humanas.
El deterioro del entorno social fue una adquisición tardía. Lo primero que salió a la luz, merced a los reclamos -primero solapados y luego explícitos- de su compañera fueron los referidos a la esfera del ejercicio de la práctica sexual. Si bien Alfredo y ella nunca compartieron la misma avidez por la consumación de la intimidad, en determinado momento la asimetría se hizo tan intensa que, lo que al principio implicó alguna que otra broma de todo tipo, lentamente, fue deslizándose hacia el terreno del sarcasmo agresivo.
El latigazo inicial vino de la boca de su compañera quien una tarde, tras un comentario de Alfredo respecto a cierta actitud de un compañero de trabajo, le espetó sin remilgos: “Vos sos un impotente y sin embargo nadie te dice nada”.
El impacto fue tan grande que la respuesta hubiera requerido un ímpetu tal, que solo habría podido expresarla la violencia física. Pero como no estaba en su naturaleza propinarle golpes al prójimo, prefirió evitar la respuesta lógica y sustituirla por la indiferencia y el silencio.
De ahí en más el camino se hizo cada vez más y más sinuoso. Las constantes indirectas de ella recibían como respuesta única, el silencio indignado de él. Y era evidente que, a cada nuevo sarcasmo, el acrecentamiento de la tensión concomitante aumentaba la cólera.
Sólo después de un período precioso para la manutención de cualquier vínculo saludable, Alfredo pudo enfocarse en lo importante y comenzó a darse cuenta de que había perdido la capacidad de anhelar.

Sin embargo su mujer, demasiado ocupada en la insatisfacción de sus apetencias, no pudo llegar a vislumbrar el verdadero problema y una mañana, sin más preámbulo que un indiferente "buenos días", le dijo a su marido que se iba a vivir a la casa de una amiga.
Desde aquel momento, Alfredo perdió definitivamente el rumbo. Su capacidad para el raciocinio quedó obturada por el dolor y la frustración y, poco a poco, fue sumergiéndose en un océano de autoreproches y lamentaciones que sólo aumentaron el sentimiento de soledad y abatimiento.
No encontrando la respuesta que buscaba y suponiendo que el desenlace era el producto inevitable de antiguas heridas inexplicablemente abiertas, tomó un manojo de fotos, un abrigo liviano, dos o tres objetos atesorados y partió también él, pero sin tener la menor idea de hacia dónde se dirigía.
Con el paso inexorable del tiempo, el espectro se fue haciendo notorio para quienes lo frecuentaban y tras los intentos vanos iniciados por algunos amigos por obtener algún indicio que les permitiera dar con su paradero, Alfredo fue haciéndose cada vez más ambiguo y confuso en el recuerdo de todos.
Sólo se supo una vez, después de mucho, que alguien que portaba ciertas características físicas que podrían serle atribuídas, había sido visto en Tartagal deambulando por las calles de tierra sin rumbo fijo.
JoP

martes, 12 de mayo de 2009

Fuimos


Fui como una lluvia de cenizas y fatigas
en las horas resignadas de tu vida...
Gota de vinagre derramada,
fatalmente derramada, sobre todas tus heridas.
Fuiste por mi culpa golondrina entre la nieve
rosa marchitada por la nube que no llueve.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

¡Vete...!
¿No comprendes que te estás matando?
¿No comprendes que te estoy llamando?
¡Vete...!
No me beses que te estoy llorando
¡Y quisiera no llorarte más!
¿No ves?,
es mejor que mi dolor
quede tirado con tu amor 
librado de mi amor final
¡Vete!,
¿No comprendes que te estoy salvando?
¿No comprendes que te estoy amando?
¡No me sigas, ni me llames, ni me beses
ni me llores, ni me quieras más!

Fuimos abrazados a la angustia de un presagio
por la noche de un camino sin salidas,
pálidos despojos de un naufragio
sacudidos por las olas del amor y de la vida.
Fuimos empujados en un viento desolado...
sombras de una sombra que tornaba del pasado.
Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza,
que no puede vislumbrar su tarde mansa.
Fuimos el viajero que no implora, que no reza,
que no llora, que se echó a morir.

Homero Manzi

lunes, 4 de mayo de 2009

Pensare


Due mesi e undici giorni dopo la morte di Hélène accadde a Hervé Joncour di rescarsi al cimitero, e di trovare, accanto alle rose che ogni setimana deponeva sulla tomba della moglie, una coroncina di minuscoli fiori blu. Si chinò a ossevarli, e a lungo rimase in quella posizione, che da lontano non avrebbe mancato di resultare, agli occhi di eventuali testimoni, affatto singolare se non addirittura ridicola. Tornato a casa, non uscì a lavorare nel parco, como era sua consuetudine, ma rimase nel suo studio, a pensare. Non fece altro, per giorni. Pensare.

Alessandro Baricco, Seda

viernes, 1 de mayo de 2009

Solamente silenzio...

Solamente silenzio, lungo la strada. Il corpo di un ragazzino, per terra. Un uomo inginocchiato. Fino alle ultime luce del giorno.

Alessandro Baricco, Seda.