miércoles, 31 de enero de 2007

Hallado en un fotolog.


Después de mucho pensar, llegué a la conclusión de que existen dos tipos de vendas; las que sirven para cubrir las heridas del cuerpo, y las que sirven para tapar nuestros ojos.

Las primeras son sumamente necesarias, ya que su función es la de cubrir las heridas, evitar que se ensucien, que se infecten, y ayudar a que cicatricen.

Las segundas son innecesarias y altamente perjudiciales, ya que su función es la de evitar que veamos la realidad, mantenernos alejados de la verdad, y hacernos creer cosas que no son.

Las vendas que cubren las heridas del cuerpo deben permanecer allí durante un tiempo limitado, para luego ser retiradas.

Las vendas que tapan nuestros ojos pueden permanecer allí indefinidamente, hasta que algo ó alguien haga que nos las quitemos.

Cuando las vendas que cubren las heridas del cuerpo son retiradas (generalmente de un tirón), provocan un ligero dolor que dura sólo unos instantes.

Cuando las vendas que tapan nuestros ojos se caen, provocan un dolor sumamente intenso, que suele durar hasta que logramos asumir esta nueva realidad que estamos viendo.

Yo he tenido ambos tipos de vendas, y créanme que prefiero tener el cuerpo vendado hasta el cuello, antes que tener vendados los ojos.

El dolor, la tristeza, y la desilusión que se siente al ver la verdad, al ver que las cosas no eran como uno imaginaba, al percibir que ciertas personas no eran quienes decían ser, y al notar que uno había estado "ciego" durante mucho tiempo; eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo.

Por más dolorosa que sea la verdad que se encuentra frente a nuestros ojos, les aseguro que es preferible desanudar la venda de una vez, y dejar que caiga...
 

La guerra en palabras. Eduardo Galeano.


 En el año mil novecientos noventa y nueve y siete meses, del Cielo vendrá un gran rey del terror. (Nostradamus, que quiso ser demasiado preciso en las fechas.)
Las torres que en el Cielo se creyeron / un día cayeron / en la humillación. (De la canción mexicana “Ay amor, qué malo eres”, que Emilio Tuero estrenó en 1951.)
Un crimen horrendo. Sus víctimas principales, como de costumbre, fueron los trabajadores. Un regalo para la derecha dura y patriotera. (Noam Chomsky.)
¡Yo los señalo con el dedo! Son los paganos, los aborteros, las feministas, los gays, las lesbianas y los de la Asociación por las Libertades Civiles... (Jerry Falwell, telepredicador evangelista, enumerando culpables.)
Lo vi rajado desde la barba hasta la parte inferior del vientre. Sus intestinos le colgaban por las piernas, se veía el corazón en movimiento... (Mahoma en el infierno, según Dante Alighieri, La Divina Comedia..
Millares de personas han creído distinguir, en el humo, una forma siniestra. Algo que se parece al rostro de Satán, con su barba, sus cuernos y una horrible expresión amenazante. (John Gibson, en Fox News, comentando una imagen de las torres incendiadas.)
Varias personas, señor Holmes, han visto en el páramo al demonio de Baskerville. No puede ser ninguno de los animales conocidos por la Ciencia. Todos concuerdan en que era una bestia corpulenta, fosforescente, siniestra y fantasmal. (Sir Arthur Conan Doyle, El sabueso de Baskerville).
La expansión del Islam ha sido una catástrofe. (Sir V. S. Naipaul, horas antes de recibir el Premio Nobel.)
Cruzada. (Nombre que los presidentes Bush y Berlusconi dieron a la nueva guerra, hasta que algún historiador les contó que, al cabo de ocho Cruzadas, los cristianos habían sido derrotados por los musulmanes).
Quien no está con nosotros, está con los terroristas... Dios no es neutral. (Presidente George W. Bush.)
América ha sido atacada por Alá Todopoderoso. (El mismo Dios, con nombre árabe, en boca de Osama Bin Laden.)
Por favor, señores, mantengan a Dios fuera de esta historia. (John Le Carré.)
Todos nuestros obreros están haciendo horas extras, pero no damos abasto. (Director de la fábrica china Mei Li Hua Flags, de Shanghai, que produce banderas de los Estados Unidos.)
No sería apropiado en un momento como éste. (Bill Gates, anunciando que Microsoft ha cambiado el eslogan “Prepárate a volar”, previsto para el nuevo programa Windows.)
Sería de mal gusto en un momento como éste. (Los productores de la nueva película de Schwartzenegger, Daño colateral, archivada antes del estreno.)
Los Estados Unidos tienen derecho a la venganza. (Jorge Castañeda, canciller de México.)
No en nombre de nuestro hijo. (Phyllis y Orlando Rodríguez, padres de una de los muertos en las torres.)
Los misiles son tan ciegos como los terroristas. (Una refugiada afgana, comentando las continuas burradas de los misiles inteligentes, que parecen estar en guerra contra la Cruz Roja.)
Los hambrientos afganos están juntando la chatarra de los misiles, para venderla a dos dólares el kilo. (Diario The News, Pakistán).
Los campesinos han vendido todo para irse. Están comiendo pasto y el grano que debían plantar el año que viene. Algunos intentan vender a sus hijas, niñas de seis años, de ocho años, por unos quince dólares. (RafaelRobillard, responsable en Afganistán de la Organización Internacional para las Migraciones.)
Ración diaria humanitaria. Comida regalada por el pueblo de los Estados Unidos de América. (Etiqueta de las bolsas arrojadas por los aviones, entre misil y misil.)
Me conmueven los niños afganos. Hemos iniciado una campaña de caridad. (Presidente George W. Bush.)
Nunca se miente tanto como antes de unas elecciones, durante una guerra y después de una cacería. (Conclusión a la que llegó, hace ciento treinta años, Otto von Bismarck, canciller de Alemania.)
Vale la pena. (Respuesta de la canciller Madeleine Albright, en mayo de 1996, al periodista que le preguntó si valía la pena la muerte de medio millón de niños por el bloqueo contra Irak.)
¿Qué es más importante para la historia del mundo? ¿El Talibán o el colapso del imperio soviético? (Zbigniew Brzezinski, que fue asesor de Seguridad de los Estados Unidos, explicando la ayuda militar secreta, desde 1979, a los extremistas islámicos en Afganistán.)
Como si fuera príncipe o cangrejo, la cultura de la violencia devora a su padre. (Comprobación de un especialista.)
No se podía permitir que un poder regional hostil tuviera de rehén buena parte del suministro mundial de petróleo. (Bush Padre, en su libro de memorias A World Transformed, confesando los verdaderos motivos por los cuales bombardeó a Irak en 1991.)
Los Estados Unidos y Europa Occidental necesitan petróleo. La producción propia sólo podría abastecerlos durante un plazo máximo de cinco y cuatro años, respectivamente. (Datos recientes de la Agencia Mundial de Energía.)
Afganistán ofrece la mejor ruta para la salida de las enormes reservas de petróleo del mar Caspio. (Lester Grau, analista militar.)
De cada diez armas que se venden en el mundo, cinco se fabrican en los Estados Unidos y dos en Gran Bretaña. (Instituto Sueco de Investigaciones de la Paz, Sipri.)
El gasto militar tiene, en los Estados Unidos, un alto poder multiplicador en la economía. (Oxford Economic Forecasting.)
Desde hace cinco siglos, las grandes potencias han dedicado a la guerra el 75 por ciento de su tiempo. (Jack Levy, profesor de Ciencias Políticas.)
En 1847, los ingleses se apoderaron de la ciudad santa de Kabul. En lugar del viejo emir aterrorizado colocaron a otro, de raza más sumisa, que ellos traían ya listo en su equipaje, con esclavas y alfombras. (Eça de Queirós.)
¿Guerra? ¿Qué guerra? Aquí, todos los días hay guerra. Yo ando siempre atrás de mi hijo, para sacarlo del tiroteo. De la guerra, yo sé todo. (Deise Nogueira, que vive en la favela de Maré, en Río de Janeiro, Brasil).
Máscaras antigases. Proteja a su familia. Descuentos a las empresas por ventas al por mayor. (Anuncio publicado en el New York Daily News.)
Ante el peligro del ántrax, el antibiótico Cipro ha elevado el valor de las acciones de la empresa Bayer de 21 a 35 en un mes. (Mediciones de Bloomberg.)
Puede afectar nuestros intereses comerciales y nuestra seguridad nacional. (Motivos por los cuales la Casa Blanca se negó a aceptar la inspección internacional de armas químicas y bacteriológicas, el 25 de julio de este año.)
Es obligatorio el uso de guantes. (Medida adoptada por las autoridades del Correo en numerosos países, en plena globalización del pánico.)
Nos hemos sacado los guantes. (Un alto funcionario de la CIA, aludiendo al permiso para matar en las llamadas “operaciones encubiertas”.)
Quien sacrifica la libertad en nombre de la seguridad no merece la libertad ni la seguridad. (Benjamin Franklin, más de dos siglos antes de las recientes leyes antiterroristas.)

martes, 30 de enero de 2007

Silencio. Octavio Paz.


Así como del fondo de la música

brota una nota

que mientras vibra crece y se adelgaza

hasta que en otra música enmudece,

brota del fondo del silencio

otro silencio, aguda torre, espada,

y sube y crece y nos suspende

y mientras sube caen

recuerdos, esperanzas,

las pequeñas mentiras y las grandes,

y queremos gritar y en la garganta

se desvanece el grito:

desembocamos al silencio

en donde los silencios enmudecen.

 

lunes, 29 de enero de 2007

Pensarte. JOP


Pensarte es como respirarte
Algo tuyo penetra y se derrama
Se vuelve vital porque te convierte en alimento
Y te incluye como huella para siempre.

Pensarte es como mirarte
Ni tan lejos ni tan cerca
Nunca ausente en la presencia
Interminable de mi mente.

Pensarte es retenerte
En lo vivido en lo gozado
En el encuentro majestuoso
Con tu sonrisa interminable.

Pensarte es como quererte
Acariciarte la mirada
Estrecharte en la entramada caricia
Que te recorre estando ausente.

Pensarte es la esperanza
Que transforma un amanecer cualquiera
En la mañana anhelada
En tu presencia segura
En tu sinceridad potente
Y en mi honestidad más pura.

Pensarte es finalmente
Estremecerse en la incertidumbre segura
De haberte encontrado sin buscarte
En tus dudas en las mías
En el aquí deseoso
En el mañana que todo lo promete.

viernes, 26 de enero de 2007

Miradas. JOP




En una clara noche de primavera Miguel y Abelardo están sentados en un claro del bosque cercano.
Abelardo permanece con los ojos cerrados dejándose atravesar por la naturaleza que lo rodea. Miguel, a su lado, contempla el cielo estrellado que, en la claridad de la noche, se ve surcado, de norte a sur, por el blanco manto de la Vía Láctea.
Miguel tiene la sensación de que su maestro no esta allí y por un instante, percibe cómo ambos se han fundido con el mundo que los circunda.
La tibia brisa cargada de aromas de álamos, eucaliptos, abedules y pinos, gira entre ellos y el césped húmedo. Los grillos cantan extasiados a la noche misteriosa el eterno y ancestral arrullo.
Miguel, sin bajar la mirada y con una voz apenas audible no puede evitar preguntarse a sí mismo y a su maestro.
-¿Cuál habrá sido el motivo que debe haber tenido en cuenta el Creador al poner allí ese formidable manto tapizado de luces intermitentes?
El latido ancestral de la naturaleza no cesó un instante y Abelardo abriendo lentamente los ojos dirigió también la mirada al cielo.
-Mi querido Miguel, allí arriba están todas las preguntas y todas las respuestas- reflexionó.
-Tengo la impresión -continuó- que los interrogantes que nos formulamos aquí abajo no son más que ecos remotos de aquellos que se pueden formular allí, siendo aquellos mucho más originarios y definitivos -dijo casi como un arrullo.
La declinación del tono en la voz del maestro, la hacía aparecer como brotada de la tierra, de los arbustos; exhalada por los artrópodos inquietos de la noche.
Miguel, presa de la fascinación, no podía aprehender con firmeza aquello que había escuchado, siquiera podía articular aquella reflexión en ningún razonamiento propio.
Abelardo respiró profundamente y sus ojos recorrieron la bóveda celeste particularmente cristalina aquella noche.
Miguel, sentado a su lado, acompañó con sigilo la mirada de su maestro intentando sujetar, con aquella acción, algo de lo que Abelardo había querido transmitirle.
El silencio habitual entre ellos se hizo profundo, pero esta vez Miguel lo percibió casi como un abrazo cálido.
-¿Acaso no ha pensado, querido Miguel, en la posibilidad, ya que venimos de la tierra, de que ésta sea parte de aquello que observamos y de ese modo, nosotros seamos también, entonces, parte del Todo? -dijo serenamente Abelardo. –¿Que cada partícula que nos constituye –continuó- no haya estado ya en otra parte, incluso allí arriba, trayéndonos su antigua y milenaria sabiduría; puesto que finalmente también nos convertimos en parte de la tierra que pisamos y ésta siendo parte de aquél?
Miguel estaba atónito y se sentía aturdido.
-Esa, me parece, -reflexionó el maestro- es la cabal prueba de nuestra integración más absoluta con el Cosmos, si usted quiere, con la Creación entera.
Miguel observaba al maestro con devoción puesto que percibía que estaba compartiendo con él, otro de sus más absolutos y deslumbrantes pensamientos.
-Incluso, y esto me parece lo más maravilloso, mi querido Miguel -concluyó Abelardo- es que estas substancias de las que estamos compuestos y que proceden de los mismos elementos que nos rodean, hoy hayan llegado a organizarse de modo tal, en que logren pensarse a sí mismas y al Cosmos del que proceden y, por eso, nos derramamos inevitablemente, una y otra vez, en los interrogantes sobre los orígenes; los nuestros, es decir, los orígenes de Todo.
-Si no lo he malinterpretado maestro –comenzó a comprender Miguel- es como la silla donde nos sentamos o la mesa donde disponemos los alimentos a la hora de la cena. Sus formas son claramente diferentes pero, en esencia, no dejan de ser la madera del árbol que las constituyen.
-Exactamente –dijo complacido Abelardo-. Diferente morfología pero idéntica la esencia.
-Es decir –dijo Miguel entusiasmado- que el árbol está en nosotros y nosotros en el árbol, en el césped que pisamos, en aquella flor, en la oruga, en los pájaros que migran, en la montaña y en la nieve que corona su cúspide.
-Y en el Sol y en la Luna y los cometas, y ellos en nosotros –completó Abelardo-.
Aquella noche no durmieron. Permanecieron uno al lado del otro sentados en el claro del bosque hasta ver aparecer las primeras luces del nuevo día.

domingo, 21 de enero de 2007

La luna rodando. JOP.


Desde su llegada a Buenos Aires, subsistía dentro de él la sensación de que las tardes de los sábados poseían una rara mezcla de alegría y tristeza. Salía del taller de imprenta y sin distraerse iba al hotel, se bañaba y salía a caminar por la avenida Corrientes.
Entre las 16 y las 17, la avenida se teñía de una sórdida pereza que lo envolvía todo, incluido a él.
Los turistas animosos y los porteños gastados se dispensaban las aceras y Fernando se sentía conminado a recordar su pueblito en el norte.
Alguna vez se habría consentido prodigarse que el sentimiento que lo acompañaba tenía atavíos de nostalgia, pero en realidad, debía ser franco y reconocer que la filiación no era el centro de aquella disposición. Su familia estaba mejor donde estaba, ya que aquellas obligadas reuniones familiares de sábados y domingos servían, nada más, que para aumentar el desprecio que sentía por su padre y sus hermanos. Conocía muy bien aquel ritual: el almuerzo, una larguísima sobremesa, una mateada interminable y los preparativos para le cena. Todo, sin solución de continuidad e imbuido del tufo de las insípidos comentarios que nadie se cuidaba en emitir.
Por eso, no tenía muy claro el sentimiento que lo acompañaba por aquellos paseos, y en realidad tanto la tristeza como la alegría del que se sentía señor absoluto, convivían unidos dentro de la expresa sinceridad de la distancia necesaria y el encuentro con la soledad, que era como encontrarse consigo mismo.
Aquella tarde no tenía planes precisos. Solo se disponía a racionar el dinero del que disponía; para hacer mérito de sinceridad, poco.
Entró a un par de librerías y revolvió todo lo que pudo. Algunos libros los vio, otros los miró, otros tantos pasaron por sus manos sin siquiera palparlos.
Jamás hubiera reparado en una revista de historieta si no hubiera continuado el camino de las manos que la sostenían y tropezar con los ojos que la admiraban.
Ella dejó la pieza sobre el estante y salió a la calle bañada del vaho habitual del estío en Buenos Aires, y se dirigió hacia la avenida Callao, vacía desde hace mucho de aquellas lunas que andaban rodando. Él soltó lo que tenía en las manos y salió decidido tras ella. Como quien persigue al destino, sus pasos sincronizaron los de ella, y así caminaron hasta la esquina de Riobamba.
Ella parecía haber advertido al muchacho que, urgido por quien sabe qué ancestral metabolismo masculino, salió tras sus pasos.
En aquella esquina estuvo a un abrazo de distancia, y fue en ese interminable instante en que tuvo todo el universo para cuestionarse. “¿Qué le digo?”, se martilló. Para cuando había comenzado a balbucear algo, ella lo miraba a los ojos.
Intercambiaron discursos protocolares y miradas intencionadas. Ella avanzó más rápido que él. Después de sonrisas cómplices y un abrazo dirigido que ella le prodigó, quedaron en verse en su casa para compartir el consabido café.
Fernando propuso ir por unas cervezas al maxikiosko de la esquina y ella le dio la dirección de la casa donde lo estaría esperando.
El encuentro siempre desabrido con alguna sorpresa tiene vértices desopilantes y a la vez calamitosos, que entrama la circunstancia inesperada con el amor por nosotros mismos; muchas veces escaso.
Fernando experimentó ese vórtice de experiencia en el momento en que, dispuesto a pagar por sus cervezas, descubrió que su billetera ya no estaba en el bolsillo. En ese preciso momento descubrió que aquella dirección, de seguro no existía.
Sin darse tiempo para reproches, enfiló en dirección hacia el hotel. Caminó con el paso aletargado como el que se produce en los sueños cuando se quiere escapar del encuentro ominoso.
Se deslizó hasta su habitación sin saludar a nadie y cerró la puerta con el ímpetu acabado.
Se maldijo y maldijo su suerte, una y mil veces, cuando encontró sobre la cama la billetera de cuerina negra.

viernes, 19 de enero de 2007

Elegía. Miguel Hernández.

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y en tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

martes, 9 de enero de 2007

La era del vacío. Gilles Lipovetsky.

Los trastornos narcisistas se presentan no tanto en forma de trastornos con síntomas claros y bien definidos, sino más bien como "trastornos de carácter" caracterizados por un malestar difuso que lo invade todo, un sentimiento de vacío interior y de absurdidad de la vida, una incapacidad para sentir las cosas y los seres. Los síntomas neuróticos que correspondían al capitalismo autoritario y puritano han dejado paso bajo el empuje de la sociedad permisiva, a desórdenes narcisistas, imprecisos e intermitentes. Los pacientes ya no sufren síntomas fijos sino trastornos vagos y difusos; la patología mental obedece a la ley de la época que tiende a la reducción de rigideces así como a la licuación de las relevancias estables: la crispación neurótica ha sido sustituida por la flotación narcisista. Imposibilidad de sentir, vacío emotivo, aquí la desubstancialización ha llegado a su término, explicitando la verdad del proceso narcisista, como estrategia del vacío.
...Al preconizar el cool sex y las relaciones libres, al condenar los celos y la posesividad, se trata de hecho de enfriar el sexo, de expurgarlo de cualquier tensión emocional para llegar a un estado de indiferencia, de desapego, no sólo para protegerse de las decepciones amorosas sino también para protegerse de los propios impulsos que amenazan el equilibrio interior. La liberación sexual, el feminismo, la pornografía apuntan a un mismo fin: levantar barreras contra las emociones y dejar de lado las intensidades afectivas. Fin de la cultura sentimental, fin del happy end, fin del melodrama y nacimiento de una cultura cool en la que cada cual vive en un bunker de indiferencia, a salvo de sus pasiones y de las de los otros.
...El pudor sentimental está regido por un principio de economía y sobriedad, constitutivo del proceso de personalización. Por ello no es tanto la huida ante el sentimiento lo que caracteriza nuestra época como la huida ante los signos de sentimentalidad. No es cierto que los individuos busquen un desapego emocional y se protejan contra la irrupción del sentimiento; a ese infierno lleno de mónadas insensibles e independientes, hay que oponer los clubs de encuentros, los "pequeños anuncios", la "red", todos esos millares de esperanzas de encuentros, de relaciones, de amor, y que precisamente cada vez cuesta más realizar. Por eso el drama es más profundo que el pretendido desapego cool: hombres y mujeres siguen aspirando a la intensidad emocional de las relaciones privilegiadas (quizá nunca hubo una tal "demanda" afectiva como en esos tiempos de deserción generalizada), pero cuanto más fuerte es la espera, más escaso se hace el milagro fusional y en cualquier caso más breve. Cuanto más la ciudad desarrolla posibilidades de encuentro, más solos se sienten los individuos; más libres, las relaciones se vuelven emancipadas de las viejas sujeciones, más rara es la posibilidad de encontrar una relación intensa. En todas partes encontramos la soledad, el vacío, la dificultad de sentir, de ser transportado fuera de sí; de ahí la huida hacia adelante en las "experiencias" que no hace más que traducir esa búsqueda de una "experiencia" emocional fuerte. ¿Por qué no puedo yo amar y vibrar? Desolación de Narciso, demasiado bien programado en absorción en sí mismo para que pueda afectarle el Otro, para salir de sí mismo, y sin embargo insuficientemente programado ya que todavía desea una relación afectiva.

... La soledad se ha convertido en un hecho, una banalidad al igual que los gestos cotidianos. Las conciencias ya no se definen por el desgarramiento recíproco; el reconocimiento, el sentimiento de incomunicabilidad, el conflicto han dejado paso a la apatía y la propia intersubjetividad se encuentra abandonada. Después de la deserción social de los valores e instituciones, la relación con el Otro es la que sucumbe, según la misma lógica, al proceso de desencanto. El Yo ya no vive en un infierno poblado de otros egos rivales o despreciados, lo relacional se borra sin gritos, sin razón, en un desierto de autonomía y de neutralidad asfixiantes.
La libertad, como la guerra, ha propagado el desierto, la extrañeza absoluta ante el otro. ...Así llegamos al final del desierto; previamente atomizado y separado, cada uno se hace agente activo del desierto, lo extiende y lo surca, incapaz de "vivir" el Otro. No contento con producir el aislamiento, el sistema engendra su deseo, deseo imposible que, una vez conseguido, resulta intolerable: cada uno exige estar solo, cada vez más solo y simultáneamente no se soporta a sí mismo, cara a cara. Aquí el desierto ya no tiene ni principio ni fin. 

viernes, 5 de enero de 2007

De mi "Irreversible". JOP.


Desde siempre, al anochecer, Alberto experimentaba la misma feliz ansiedad. Su corazón comenzaba a expresarse con latidos profundos y joviales cuando se acercaba a su casa. Alberto dobló en la esquina con la premura que experimentaba, carcomiéndole las entrañas, cada vez que estaba por llegar. Por acercarse a Isabel. Necesitaba un descanso después de un largo día y sabía que encontraría esa paz tan ansiada detrás de aquella puerta marrón.
Después de tantos avatares había logrado sus objetivos más perentorios, todos signos inequívocos de la reparación de un tiempo ya casi olvidado. Y si la persistencia insidiosa del recuerdo no lo permitía, y la tenacidad inclaudicable del pasado amenazaba con derramarse en los terrenos del presente, aquellos recuerdos encontraban un lugar remoto y conveniente para ser alojados en algún lugar distante de su memoria.
De joven, asaltado por la duda sobre los caminos a seguir para conquistar aquello que desconocía y que un impulso interior de reivindicación lo empujaba a alcanzar. Sus referentes más antiguos lo asqueaban y luchó con tenacidad durante su adolescencia para desembarazarse de ellos. Muchas veces cayó en el desconcierto y la frustración. Se atascó, otras tantas, con pensamientos inverosímiles sobre sus posibilidades. Pero abrigó con vehemencia una punzante certeza que lo guiaba por algún luminoso sendero: sabía que no quería repetir los errores en que otros lo habían enredado desde muy joven.
Esa única claridad lo conducía a través de la oscuridad de las opciones desconocidas y lo conminaba a atravesar sus antiguos modelos, y de ese modo era lanzado a un más allá totalmente desconocido: un páramo sobre el que podía reconstruir a su antojo, sobre la base de sus propios ideales y deseos; como un pintor obnubilado que llena de colores y texturas un lienzo desconociendo el resultado final de su obra.
La agonía de sus días de infancia había quedado tan alejada de su actual realidad que a veces debía convocar forzosamente a los demonios de aquel pasado para recobrar algunas migajas de aquellas amarguras. Era en ese encuentro con aquellos huidizos recuerdos en que sentía expandirse gozoso de haber conquistado una realidad nueva, inexistente antes, y a todas luces propia. Alberto comprendía que aquello significaba haber superado sus propias limitaciones y haber construido un presente sólo por momentos imaginable y escondido siempre en largas reflexiones.
Su familia era la muestra más abrumadora de haber llegado a la meta tan ansiada. Dos hijos, una mujer que lindaba los contornos de un ideal, su casa, su negocio; todos insoslayables testimonios de haber perseverado en sus más profundas convicciones. Convicciones que habían surgido, casi como siguiendo algún principio químico, como reacción contra un pasado intolerable.
Pero ya estaba aquí, su voluntad lo había conducido hasta el punto del camino tan anhelado, y no había tormenta del pasado que pudiera conmover la felicidad que había conseguido.
Todo se le presentaba con la firmeza de una realidad tan contundente que el éxtasis que ello le producía lo mantenía largos momentos en un trance indescriptiblemente placentero.
El orgullo que sentía de todo aquello que había conquistado lo serenaba. Lo había ideado en sueños y amasado con el esfuerzo y la tenacidad que solo ofrece la certidumbre de transitar el sendero correcto, sin dudas.
Había conquistado la tranquilidad y la certeza que ofrecen las cosas que siempre están en el mismo lugar. Con la misma seguridad como la que ofrece una ley física, su vida era el terreno donde las cosas podían preverse; donde nada escapaba hacia al mundo de la sorpresa, y la repetición de las cosas, la cotidianeidad de los actos, no eran, para él, motivo de aburrimiento, sino el hallazgo de una felicidad cierta conquistada a cada instante.
Por eso lo que cualquiera consideraría una vida rutinaria no era concebido de ese modo bajo la perspectiva que había elaborado. Por lo tanto, en medio de un mundo que no concibe a lo repetitivo como novedoso, era necesario cierto esfuerzo para entender esa visión particular con la cual era imposible considerar a su vida de aquel modo, sino que, por el contrario, estaba constituida por un conjunto de ritos que le proporcionaban la contención, la seguridad y el placer que ofrece la existencia de códigos compartidos; de un mundo significado por un conjunto de signos que permitían reconocer las profundidades de aquella singularidad que era el encuentro consuetudinario con Isabel. Y en ese universo compartido, lo conocido, lo que parecía estar inmerso en un continente de referencias insoportablemente anquilosadas, había siempre una pequeña veta por la que explorar la aparición significativa de alguna novedad. Como quien en medio de un paisaje montañoso cubierto de nieve descubre inesperadamente una pequeña flor surgiendo bajo la opresión de una roca.
Su espíritu libre le proporcionaba esquemas de pensamiento que le permitían instalarse en perspectivas intelectuales novedosas. Por ejemplo, consideraba una falacia el mito judeocristiano sobre la creación. Y aunque otorgaba plena eficacia simbólica a la creencia en las cuestiones míticas, tenía una versión diferente de la supuesta expulsión de Adán y Eva del Paraíso.
Pensaba que ellos, en realidad no habían sido expulsados, sino que aquella historia de la serpiente, el árbol de la sabiduría, la manzana, el pecado, contenían el germen de la debacle posterior del hombre, aunque por motivos radicalmente diferentes. El Paraíso era maravilloso, pero Eva y Adán, tan llenos de virtud e inocencia como el hombre en su estado más puro y primitivo, cansados de tanta tranquilidad y monotonía, una vez decidieron marcharse hartos de la tediosa armonía de lo mismo. Fue entonces que ese gesto rompió con la temporalidad en la que vivían y, arrojados a la esfera de un tiempo lineal que no retorna, por propia elección, fueron a parar al mundo más allá del paraíso.
No era otra cosa que la interminable insatisfacción, propia de lo humano, lo que lo había conminado a modelar un mundo cambiante, impredecible; arrojado compulsivamente por una concepción grotesca del progreso hacia un futuro incierto tras el engaño de la promesa de un mayor bienestar. Era esa falta absoluta de saciedad la que lo obligaba a construir un mundo en constante mutación para poder acceder en él, ilusoriamente, como promesa de realización futura, a la satisfacción plena de todo deseo. El objetivo colocado siempre al alcance de la mano, pero nunca en la cuenca urgente de la palma vacía.
Alberto consideraba totalmente apropiado que las cosas tendieran a la repetición. La vida no hace otra cosa que enfrentarnos constantemente con la monótona circularidad de los procesos. ¿Por qué se había convertido en un valor tan capital la idea de progreso y la necesidad de avanzar hacia la conquista de algo prometido siempre como mejor? Alberto entendía que el vacío existencial del tiempo en el que le tocaba vivir era producto de ese vertiginoso mundo de cambios en el que todos estaban sumergidos. Los valores que se constituyen se volatilizan con la misma facilidad con la que se difunde el vapor en el aire, debiendo constituirse rápidamente otros, producto de aquella inercia imparable que impulsa al cambio. Pero esa evaporación sistemática de principios orientadores sumerge a todo el mundo en la desesperación frente a un vacío de contenidos y referentes que ahueca el sentido de la existencia; del mismo modo que el alcohol abandona el embace que lo contiene cuando toma contacto con el aire.
En contrario con esa tendencia, creía que no había posibilidad de estancamiento ni detenimiento alguno en la mansa repetición cotidiana de los actos. Es precisamente el reencuentro con esas cosas de todos los días lo que proporciona el terreno para la felicidad. Y era esa certeza, esa seguridad de aquello que vuelve, que siempre retorna al mismo lugar, lo que genera una placentera tranquilidad, y nada más parecido a una felicidad cierta que esa serenidad por el reencuentro con aquellas cosas de todos los días.

martes, 2 de enero de 2007

La insoportable levedad del ser. Milan Kundera.


La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?
El mito del eterno retorno viene a decir, per negationen, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.
¿Cambian en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?
Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.
Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses.
Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.
No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes, murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?
Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente en la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.


Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).
Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecen, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.
¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes.
Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?
Este fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido en principios contradictorio: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos de la contradicción era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?
Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso negativo.
¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de todas las contradicciones.